El doctor suspiró y miró al cielo. Un cielo figurado, claro, porque lo que tenían sobre sus cabezas eran las placas blancas del techo de la consulta. La luz que los iluminaba no era tampoco divina, ni siquiera natural, sino fría fluorescencia… Y eso a pesar de la presencia del párroco que, reclamado por elLeer más
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