Una, dos, tres; cuarenta y cinco fueron las mentiras que me lanzaste a los ojos como dardos fabricados en el Medievo. Primero fuiste de color amarillo, como los ojos de los sapos al amanecer. Después variaste a rojo, como la marabunta cuando ruge. Lo peor, creerte. Quemadas mis manos (y el cuerpo entero si meLeer más
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