20/10/14. Rosita Fraguel blogspot. Enlace al artículo.
Los últimos cien días de Jindra Hertam es la tercera novela del autor Juan Antonio Hidalgo y la primera en el catálogo de la nueva editorial sevillana Maclein y Parker. Jindra nace de un proyecto personal del autor: escribir cien textos narrativos en cien días. Los textos se publicaron en un blog que hoy es inaccesible y ahora, tras el cumplimiento de una gesta que demuestra una disciplina casi heroica, componen este volumen.
Se me ocurre que el tono general de la novela podría asimilarse al de La ventana indiscreta, el clásico de Hitchcock. Y uso este símil cinematográfico porque el autor es, además, experto conocedor del séptimo arte. Digo que ése podría ser un buen punto de referencia por dos aspectos: uno es el suspense irónico de la historia y otro el voyeurismo que se produce en los distintos puntos de vista (nunca mejor dicho).
Por un lado, la historia se basa en la persecución de un macguffin que es la revelación a Jindra de la vida secreta de Ángela, una chica que ha conocido al coincidir repetidamente con ella en el mismo autobús. Ángela oculta su nombre a Jindra etiquetando así el conjunto de secretos que se guarda. En torno a estos dos personajes aparecen un grupo nutrido de vecinos, compañeros y transeúntes que conviven en su mayoría en dos bloques de pisos enfrentados (las ventanas son importantes en esta historia) y que entrecruzan sus secretos y sus vidas en una obra coral que obliga al lector a reconstruir el cuadro completo.
Tanto el punto de vista del narrador como el de los personajes es fundamentalmente visual. Los personajes son observados por el narrador y se observan entre sí. También les espía el lector que es el último voyeur de la cadena. La descripción cumple a rajatabla el «mostrar y no contar» dejando fluir las escenas, los movimientos y los diálogos. El punto de vista es el de un narrador omnisciente que narra en tercera persona este fluir del relato excepto cuando es Jindra el que nos habla desde el que sería su propio diario en primera persona.
Pero la omnisciencia de este narrador no parte de un recurso forzado a la manera decimonónica sino del superpoder del creador. Jindra crea todas las historias de este libro ya que él mismo es escritor. Y sus personajes también son en algunos casos escritores y narran otras historias dentro de las primeras en un juego de matrioskas que corona la ironía de que Jindra no es más, al fin y al cabo, que un personaje de Juan Antonio Hidalgo y también lo son, por tanto, el resto de muñecas rusas. Esta estructura multinivel se fuerza hasta romperse cuando los personajes reales en unos planos e imaginarios en otros se entrecruzan poniendo en cuestión la propia realidad del lector.
Es ésta una novela profundamente posmoderna (o quizá pos-posmoderna) en la que hay una conciencia clara de la propia creación, del propio hecho literario. Diversos juegos metaliterarios que interpelan al lector ironizan sobre la ficción y aumentan la sensación de voyerismo en dicho lector y lo obligan a adoptar una posición externa en la que empatizar o no con los personajes o «vivir la historia» al más puro estilobestseller carece de sentido.
Lo que Ana escribe en la novela y acaba por sucederle convirtiendo la creación en invocación; los nombres de los personajes que se cruzan en los distintos planos (por ejemplo, el gato Tomás en un nivel es el ser humano Tomás en otro y lo mismo con la gata Virginia); los actos de voyeurismo que se incluyen en la diégesis (gatos que miran el interior de la casa encerrados en el balcón, Javier espiando y tomando fotos de Virginia desde su ventana mientras Alexandra lo observa a su vez y otra vecina envidia ser objeto del espionaje…); los secretos que guarda cada personaje y que aportan un nivel más en la narración sólo revelado al lector; los múltiples escritores que se crean entre sí y los diarios, cuadernos, notas que aparecen en la vida de los personajes uniéndolos en torno al hecho escrito; las mujeres que marcaron la vida de Jindra y que comparten nombre, Raquel, jugando de nuevo con las etiquetas y su valor; los saltos en el transcurrir del tiempo novelado; todo ello viene a formar una deconstrucción poliédrica en una historia coral, multifacética, inasible que obliga al lector a un cierto esfuerzo constructivo, a seguir la pista de los distintos hilos narrativos para crear un conjunto que deja suficientes cabos sueltos como para forzar su propia imperfección lejos de la «historia redonda».
Pero todo este entramado no resulta especialmente confuso, lo que es sin duda un gran acierto técnico. La suficiente redundancia ayuda a que el lector no se pierda y también el hecho de que la historia narrada no es, en sí misma, excesivamente compleja. Lo que se cuenta se podría ubicar en el género del suspense y el erotismo, tratados ambos de una forma ligeramente inverosímil pero coherente acercándose a las maneras del pulp. La prosa es ligera, directa, limpia.
Si bien este tipo de deconstrucción no es novedosa ni en las vanguardias literarias ni en la revisión irónica que trae la posmodernidad, lo que puede resultar especialmente atractivo en este caso es que muchos textos, sobre todo al inicio, podrían funcionar como relatos independientes y es en la presentación conjunta donde cobran un nuevo significado. Esto probablemente se debe al propio proceso creativo ya que el autor, Juan Antonio Hidalgo, reconoce que al inicio de su proyecto no tenía intención de crear el conjunto de una obra y que los personajes y sus historias se fueron enredando más tarde. Sin embargo, también reconocen editores y autor que la obra que se presenta está alterada respecto a la original que se publicó en Internet. Me quedo con la duda de si estas modificaciones han cambiado o no sustancialmente los textos independientes y sobre todo, si la labor de edición (entiendo que no sólo a cargo de los editores) ha aportado a esta novela un plus de calidad que puede que antes no tuviera. Me cuesta confiar en que toda esta estructura se haya armado durante la creación de cien textos en cien días consecutivos sin revisión posterior por lo que la publicación en el blog debe de ser sólo una fase en el proceso de creación de esta novela como obra final. Me hubiera gustado poder acceder al estado intermedio y analizar la evolución hasta el conjunto acabado pero, como decía al principio, el blog se cerró.
Los parentescos de este libro me resultan más cercanos al cine que a la literatura (y espero que esta creencia no sea un prejuicio por mi parte al saber de las filias del autor) pero es indudable que también está hermanado con las novelas fragmentadas de la posmodernidad y con otras más actuales como, por ejemplo y por nombrar una, Tangram de Juan Carlos Márquez.
Como conclusión, Los últimos cien días de Jindra Hertam es una grata sorpresa. La cuidadísima edición de Maclein y Parker convierte este libro en un fetiche para bibliófilos pero el contenido también está a la altura, no defrauda y abre por fin las puertas de la gran literatura que se produce (es imposible que no ocurra así por mucho que los más pesimistas se empeñen en afirmarlo) entre autores noveles que necesitan sólo un modo de llegar a lectores como yo, ávidos de calidad y buen hacer. Mi enhorabuena al autor y a la editorial. Por mi parte quedo a la espera de lo que esté por venir.