27/05/15. Estado Crítico. Enlace al artículo.
Tras mucho ir y venir por el escarpado terreno de la escritura por cuenta ajena -guiones para televisión, crítica cinematográfica, antologías o recopilaciones de cuentos,…-, Pablo Fernández Barba (Cádiz, 1979) se pasa al régimen de autónomo literario de la mano de la editorial Maclein y Parker con una colección de cuentos llamada El corazón en la pupila y otros cuentos.
Se estrena, por cierto, el autor gaditano en uno de los mejores momentos para el relato en este país. Nunca como ahora se ha leído y publicado tanto cuento, aunque tan pocos -editores y escritores- puedan vivir de él. En cualquier caso, la pujanza de este género narrativo, si por una parte anima a darse a conocer en esta particular arena literaria, por otra también ha de empujar al neófito a mantener un nivel y a encomendarse devotamente a todos los santos cuentistas que en el mundo han sido -o son- para que le ayuden a que su faena resulte como mínimo aseada, porque hay muchas miradas desde los tendidos escrutando lo que hace el cuentista novel y los compañeros de terna no suelen manejar mal el capote y la suerte de matar o rematar un cuento.
A la luz de los veinte relatos que componen El corazón en la pupila, se puede afirmar que Fernández Barba ha hecho sus deberes: ha rezado a sus santones literarios -especialmente al también gaditano Carlos Edmundo de Ory– y se ha aplicado bien lo que sus maestros le enseñaron. Fruto de ello surge un libro tremendamente imaginativo, rico en matices, variado en temática y preocupaciones, diverso en extensión -de los cuentos que lo forman se entiende-, variopinto en tonos, felizmente heterogéneo en estilos y técnica, muy cuidado lingüísticamente, muy meditado y trabajado. Detallar cada uno de estos asuntos extendería demasiado esta reseña y quizá robaría al potencial lector parte de las sorpresas que le depara la lectura de El corazón en la pupila. Sirva esto solo de apunte y como aviso a navegantes.
No obstante esta afortunada y dichosa diversidad, se aprecian claves en las maneras de componer de Fernández Barba que me parece interesante resaltar ahora, porque quizá se pueda hallar aquí la columna vertebral o la poética de buena parte de los relatos que nos ocupan. Como ya se ha mencionado, este libro resulta tremendamente imaginativo, pero no se trata de esa imaginación cercana a lo infantil donde se dan cita hadas, duendes, trolls y mundos fantásticos. Supongo que de eso andamos muy sobrados y demasiado aburridos. No, lo imaginativo aquí tiene otra naturaleza que paradójicamente se relaciona de forma necesaria y directa con la vida, con el efecto de extrañamiento frente a lo cotidiano.
Para producir dicho efecto solo es necesario alterar ligeramente la lógica de la vida o introducir un elemento que la “desacompase”, que rompa las expectativas; pero no para que lo cotidiano se adapte a ese elemento extraño, sino más bien con la intención de ver cómo se las apaña este en un medio ajeno -cuando no hostil-. Es como si inventamos un artefacto mecánico, le damos cuerda y lo dejamos que se mueva en la realidad. Constataremos, por ejemplo, cómo se choca con ella, cómo se producen situaciones ridículas, sorprendentes, paradójicas, divertidas,…
En este sentido y hablando ahora de los mecanos que ha construido Pablo Fernández Barba para sus relatos, lo interesante proviene de que en ellos, además de todo lo dicho anteriormente, se provoca una serie de situaciones reveladoras o desveladoras de una realidad que ya existía y no veíamos hasta que el autor interviene “imaginativamente” en esa realidad.
Y de aquí se puede derivar una lectura unificadora, una conclusión que recoja toda la variedad de El corazón en la pupila: la vida consiste precisamente en armar nuestro “invento”, nuestro discurso, nuestro relato, observar cómo se maneja en la realidad y tomar nota. O aplicarnos la lección del invento denominado “Sensmógrafo” del relato titulado precisamente “Inventos para concluir que ‘El sentido de la vida es no plantearse cuál es el sentido de la vida’” y poder disfrutar sin más de los excelentes relatos de Pablo Fernández Barba.