– Bueno, ¿qué tenemos aquí?
Llevamos esperando más de dos horas a que aparezcan los de Homicidios cuando, al fin, se presenta este tipo. Cincuenta años. Uno ochenta más o menos. Tirando a gordo. Rondará los cien kilos. Pelo fuerte, a pesar de las entradas, grisáceo, cortado al estilo militar. No puedo saber su color de ojos porque casi no los abre. Son dos puñaladas debajo de sus cejas. Cejas que apuntan hacia arriba, hacia el centro de la frente, como las de Michael Madsen. Cejas que dicen que nada le importa. Creo que si me tirara de las orejas hasta arrancármelas, despellejándome la cara hasta el cuello en el proceso, y me las dejara puestas de hombreras delante de él, seguiría sin cambiar esa expresión entre pasota y de vuelta. Al parecer le gusta mantener la boca sin labios entreabierta y caminar con las manos dentro de los bolsillos del pantalón de pinzas que nace debajo de su tonelesca barriga.
– Se trata de un varón de entre 30 y 40 años, hallado muerto a las 23:15 por un hombre que hacía footing. Ya le hemos tomado declaración. No hemos tocado nada esperando que usted llegara. La causa de la muerte parece ser un traumatismo craneoencefálico. El cuerpo es hallado boca abajo, con una herida evidente en la parte posterior de la cabeza, lo que implica que no pudo ser producida por una caída hacia adelante. Dado que el cuerpo se encuentra en mitad de la calle de un polígono, sin objetos contundentes en las inmediaciones que puedan explicar una herida accidental, suponemos que se trata de un homicidio.
– Vamos, que le han abierto la cabeza.
Dejo de leer el papel y le lanzo una mirada que el tipo no me devuelve. Parece más interesado en observar las nubes gris ceniza que tapan las estrellas. Se mete una mano en el bolsillo de la chaqueta mientras carraspea y saca un paquete de tabaco. No ofrece a nadie. Enciende el pitillo. Parece que es de los que sujeta el tabaco pinzando la boquilla con el pulgar y el índice. No lleva alianza en el dedo.
– ¿Ya ha llegado el juez y todo eso?
A qué se referirá con “todo eso”.
– Llegó hace una hora. Está esperando a que ustedes revisen la escena del crimen y el cuerpo para levantar el cadáver.
– Bueno, voy a buscarle la cartera al fiambre.
– ¿No deberíamos esperar a la Científica?
– ¿Quién es esa tía? ¿Está buena?
El de la ambulancia y yo nos miramos incrédulos. Al tipo parece haberle hecho gracia su propio chiste. Parte de la ceniza de su cigarro cae en la puntera de uno de sus zapatos. Son unos náuticos negros con adornos en marrón, baratos, gastados y mal conservados. La otra parte de la ceniza cae en el dorso de la mano derecha del fallecido. No debería contaminar el cuerpo.
– Me refiero a la Policía Científica.
– Tiene que estar buena, fijo.
El tipo hace una genuflexión y comienza a rebuscar por las ropas del cadáver. Cuando su peso comienza a agarrotarle las piernas, opta por ponerse de rodillas. Parece un patético saqueador de cadáveres de guerra. Encuentra lo que buscaba en el bolsillo izquierdo del pantalón y nos muestra una fina cartera marrón.
– Premio.
Saca el DNI y se guarda la cartera en su chaqueta. Apuesto a que cuando la deposite en comisaría, con el resto de pertenencias del fallecido, no contendrá ningún billete.
– Esto no es CSI, chaval. Aquí trabajamos con un nombre. A ver: Emilio Montalvo, del 76, nacido en Córdoba. Preguntaremos a sus compañeros de trabajo y descubriremos que le debía dinero a alguien. Si no es así, preguntaremos a su familia y nos dirán que se tiraba a su cuñada. O si no, a sus amigos, que nos contarán que se iba de putas, que trapicheaba con droga o que le ponía los cuernos a su mujer con una casada. Siempre es lo mismo.
– También pudo hacerlo un desconocido.
– ¿Un desconocido? ¿En plan pelea de tráfico o algo de eso?
“Algo de eso, estúpido”, pero me limito a asentir con la cabeza.
– Si fuese así y no hubiese testigos, sería otro crimen más sin resolver. A ver si te crees que trabajamos con una puta bola de cristal.
El juez de guardia se acerca a nosotros.
– ¿Les queda mucho, agentes?
– Naa. Le vamos a dar la vuelta para ver si hay más heridas y se lo mandamos al forense. En dos o tres horas le llegará el informe al juzgado. Ayúdame a darle la vuelta, chaval.
Al juez le parece bien. Debo de ser el único que considera zamborotudo todo este procedimiento.
Giramos el cadáver que todavía no presenta signos de rigor mortis y, por fin, llega el momento que esperaba.
– ¿Qué hay pintado ahí?
Ni siquiera es el tipo el que se da cuenta, sino el de la ambulancia.
– ¿Dónde?
– Ahí, debajo del cuerpo.
Desplazo el cadáver a un lado y aparece la silueta de la víctima dibujada con trazos blancos en el suelo.
– ¿Has pintado eso antes de que yo llegara?
– No, señor. Como le dije, no hemos tocado nada.
– ¿Te han dicho Martínez o Gamboa que te quedes conmigo?
– Creo que no conozco a esas personas, señor, y soy de los que se toma su trabajo muy en serio. Pienso que fue el asesino. Después de cometer el crimen ha debido de dibujar la silueta de la víctima en el suelo por alguna razón.
– Pues yo pienso que mientras el del footing se fue a llamar a la Policía y ésta llegaba, algún gracioso ha pasado por aquí y le ha dado por imitar las tonterías que salen en las series policíacas de la tele.
Nada está saliendo como esperaba. He cometido un error de base: esto es España.
– Es posible, señor.
Acaricio la tiza de mi bolsillo, saco la mano y aspiro el dulce aroma de su polvo blanco.
No me resigno. Un hombre debe estar comprometido con su vocación. Por muy mal que se me dé el inglés, delante de mi primera víctima, decido que lo aprenderé para poder emigrar a América. Me realizaré. Lo Juro.
Por Thalcave.