La joven a cuatro patas tiene dos dientes en la boca. A su lado, otra joven tiene solo un diente en la boca. A su lado, dos escrotos autosuficientes con cara de haber estudiado informática. A su lado, un tipo con ojeras de mapache mira fijamente a la cámara. A su lado, una mujer que parpadea y lubrica cada quinientos milisegundos. A su lado, un joven que —si se matase— el periódico publicaría: «Un hombre de treinta y cuatro años falleció». A su lado, otro hombre blanco y heterosexual sonríe como un reportero de guerra. A su lado, tres mujeres y seis trenzas sonríen, pero no llegan al orgasmo. A su lado, un muchacho de bigote deslavazado piensa en no ser escritor. A su lado, una japonesa llamada Kokoro quiere una casa en Castilfrío. A su lado, otra japonesa llamada Kokoro prefiere los trenes que van hacia Tokyo. A su lado, un lector de Murakami (Haruki) se pregunta por Murakami (Ryu). A su lado, alguien que podría llamarse Noriko se apellida De la Cerda. A su lado, un grupo de pijas de pechos grandes y cintura mínima parecen tararear la balada de las bibliotecarias dominatrices. A su lado, un hombre con corbata negra podría necesitar peluca. A su lado, varios profesores disecados. A su lado, cuatro ojos, dos cejas escritas bajo larga tilde, una nariz y una boca sin más historia. A su lado, un hombre negro con camisa blanca y el culo negro y escleras blancas. A su lado, una mujer incómoda con la polla del negro rondando sus rodillas. A su lado, dos mellizos con aspecto de saber despistar policías. A su lado, una lengua húmeda guarda varios secretos. A su lado, autorretrato de un mandril. A su lado, Silvia ojos bonitos recuerda la primera vez que lo hizo en un fotomatón. A su lado, una que debió decir me llamo Ángela, me van a matar. A su lado, uno que cree que Amenábar tiene una casa en Sevilla. A su lado, otro lánguido se masturba pensando en que acabará colgado sobre la cama de Catalina Domecq. A su lado, una veinteañera tatuada hijadepapá a la que nunca han tocado el morro. A su lado, otra groupie con pinta de acompañarla a todos los festivales de música indie. A su lado, un nacionalista a juicio porque prefiere el electrolatino y lo dijo por Twitter. A su lado, los labios gordos de la hija de un político muy conocido posan para la portada del Hola. A su lado, sobre un carro de fuego tirado por tigres, el más bello atleta de la Grecia antigua. A su lado, la viuda de un torero. A su lado, presente, José Francisco Sánchez Arroyo. A su lado, las aguas bravas de Eva Sánchez Tórtola. A su lado, un pajarraco solitario, alérgico a los flashes y algo obeso dice «patata». A su lado, dos plumas blancas cuelgan de las bellas orejas de Elena. A su lado, alguien que se parece a mí.
Levanto la vista y me quedo mirando al techo. Luego fijo los ojos. En Elena.
—Cuántos años.
—Sí, muchos.
—¿Y cómo es que la tienes aquí?
—Un día la colgué para cabrear a mis padres y ahora les hace gracia a los clientes. ¿Qué te pongo?
Reparo en una caja azul que a mí me parecen gambones, pero que reza: «Langostino Congelado Cocido Grande (40/60 Piezas), Pescanova, caja 1 Kg.»
—Si te gustan los langostinos yo te recomiendo estos frescos. Ahora están de oferta a 11,50 euros el kilo. Y no hay color.
—De acuerdo.
Mientras me despacha parece que sea invisible. Aprovecho mi invisibilidad para las matemáticas. Cuento los años del colegio, del instituto, de la carrera. Cuento las matrículas, los libros, las fotocopias. Cuento sus notas y los viajes al extranjero. Cuento las clases particulares y los contactos que tenían sus padres. No me salen las cuentas.
—¿Y tus padres? – digo—.Dales recuerdos. Especialmente a tu padre. No he tenido un suegro igual.
—Falleció hace un par de años.
—Vaya. Lo siento.
—Ya, bueno.
—…
—¿Quieres alguna cosita más?
«Quisiera que fueras feliz», pienso.
—¿Quieres alguna cosita más?
«¿Aún te gusta aquel maldito grupo?», pienso.
—¿Quieres alguna cosita más?
—No, gracias— digo—. Ya nos veremos— digo—. Te veo guapa— digo—. Adiós.
Decido abandonar la sección de pescadería. Doblo a la derecha y camino entre fruta technicolor. Un niño de cinco años se me cruza en el camino. Me acuerdo del hospital y del silencio de Elena. Tal vez debimos tenerlo. Tal vez hubiese sido todo diferente. Sigo por el pasillo central hasta llegar a la caja y pago. Alcanzo la puerta, de cristal, que se abre automáticamente y me escupe a la calle.
«Tengo que buscar esa orla», pienso.
Por Carlos Torrero.
Tremendo ese primer párrafo. Qué locura! Felicidades.
MUCHAS GRACIAS. Por la lectura y por comentar.Me alegra que te haya gustado.Un saludo.
Espectacular!!
¡Gracias!
¡Genial, Carlos! Me han dado ganas de ir a por el original 😉
Gracias Rosa, merece la pena, sin duda. Y así luego me cuentas cuál te ha gustado más 😉