El doctor suspiró y miró al cielo. Un cielo figurado, claro, porque lo que tenían sobre sus cabezas eran las placas blancas del techo de la consulta. La luz que los iluminaba no era tampoco divina, ni siquiera natural, sino fría fluorescencia… Y eso a pesar de la presencia del párroco que, reclamado por el médico, acudió diligente a la cita. Venga usted padre, el asunto es cosa de cabezas y en el pueblo, como sabe, no tenemos psicólogo.
Transcurrieron dos minutos y trece segundos (de reloj) entre el suspiro del médico y la pregunta que el cura se atrevió a lanzar sobre la quijotesca escena.
-Pero, hijo mío- dirigiéndose al tercer hombre en la sala, dueño de la cabeza en cuestión- usted es un buen hombre, ¿en qué estaba pensando?
-Fue mi propósito de 2014- se limitó a decir el desdichado.
-¡¿Su propósito?!
El doctor y el párroco gritaron al unísono para después mirarse sorprendidos por la perfecta sincronización de voces. Tras tres segundos (de reloj), los ‘chicos del coro’ posaron de nuevo sus ojos en el cansado hombre, triste figura a caballo (guiño) entre el paciente y el pecador en confesión.
-Ejem… ¿Su propósito?- repitió el galeno con voz clara de solista.- Ha envenenado al gato de su vecino, ha robado a su jefe y errado en su trabajo a sabiendas para llevarlo a la ruina, ha provocado que la mujer de su mejor amigo lo abandone sin razón, ha despreciado a sus padres…
-Ha sembrado el odio en la parroquia, entre la gente de bien que confiaba en usted- se precipitó el cura.- ¡Durante todo este año, usted se ha comportado como un demonio, demonios!
– Lo consideran un loco, pero eso no resta ni un ápice al odio que ahora le tienen. ¿A qué jodido, con perdón padre, propósito responden todos esos actos?
-Generosidad- dijo sin titubear. Sin que le temblara la voz. Sin dudarlo. Sin cambiar el tono. Sin dejar atrás ninguna letra: generosidad. Sin que ninguna autoridad, ni siquiera las dos allí presentes, pudieran detectar una pizca de burla o de mentira. Habría superado la prueba del polígrafo. En definitiva, no mentía.
J.M.S.D. Soltero; 47 años; contable; hombre honrado, respetado y querido hasta la fecha; bondadoso hasta la fecha y, por lo que se desprende de este torpe relato, no tan bien conocido por sus conciudadanos como éstos pensaban, añadió, presintiendo que su anterior respuesta no había sido suficiente:
-Quería compartir mi infelicidad con todos ellos.
Por Patricia Nogales Barrera.
Si compartiéramos más la infelicidad con aquellos que nos la generan, este mundo sí sería otro, además de posible.
Qué bueno leerte, P. Nogales 🙂
Pese a todo, mejor compartir la felicidad. Y tú de eso sabes, buen Peroca, que andas alegrando la vida de los que te rodean desde el 82 😉
Gracias por tu mensaje.
Ahora que nos hemos leído, sólo nos falta vernos.