Ben soltó el humo de la última calada a través de la nariz y señaló hacia el coche aparcado a menos de diez metros de ellos con los dos dedos que sujetaban el cigarro.
-Ahí lo tienes, Charlotte. No te imaginas lo que me ha costado que suba al coche. Ahora es tuyo. No sé cómo piensas hacerlo. Lo cierto es que no me importa lo más mínimo. Sólo te diré una cosa. Estamos en paz.
Las palabras salieron de su boca acompañadas del resto del humo que mantenía en sus pulmones. Turbulento. Charlotte también miraba en dirección al coche. Llenó su boca de aire y lo soltó poco a poco a través de una leve separación de sus labios finos y rojos. Terminó de expirar expulsando el aire de golpe por el lateral de los labios para apartarse de un soplido el flequillo que siempre escapaba a su descuidada coleta. No dijo nada. Caminó hasta que pudo distinguir el pelo oscuro de Allun en el interior. Abrió la puerta y se sentó con los pies aún fuera del vehículo. El asiento era de cuero, duro pero cómodo. Se giró para introducir las dos piernas a la vez en el coche, cerró la puerta y puso en marcha el motor. Ninguno dijo nada. Ni siquiera se miraron.
Saliendo del vecindario se sucedían aquellas rotondas que consistían en un simple círculo pintado en el suelo, una tras otra. Primero muy pequeñas y frecuentes, y más distantes y de mayor tamaño cada vez, hasta llegar a las enormes que daban paso a la autovía. Era como pasar de maquetas a la realidad, todo ordenado del mismo modo, o con el mismo caos pero en dimensiones distintas; como viajar al corazón de un fractal.
Entraron en la lluvia a los pocos minutos, la luz diurna fue desapareciendo. A su derecha la carretera volvía más cargada de tráfico. Allun levantó por fin la vista y volvió a ver aquella imagen que le perseguía desde hacía casi un mes. Los coches pasaban a gran velocidad levantando un túnel de agua pulverizada. Era como una estructura inamovible y semitransparente. A duras penas se distinguían en su interior las formas de los vehículos, sólo un desfile de luces ahora blancas, ahora rojas. Esa imagen era su secreto. Volvió la vista hacia su compañera de viaje. Charlotte tenía la vista fija en la carretera. La falda le subía ahora por encima de sus delgadas rodillas. Esos eran los secretos de Allun. Ocultos en él, cumpliendo la misma misión que el silencio en una partitura musical. Inexplicable sin ellos para él mismo e inexplicable con ellos para los demás. Volvió a mirarse la puntera de sus zapatos y ambas imágenes se hicieron más fuertes en su interior, las dos a la vez.
-Un penique por tus pensamientos.
La voz de Charlotte surgió de repente. Cuando la miró le dio la sensación de que era imposible que hubiese dicho nada.
-¿Qué?
-Un penique por tus pensamientos.
No era mucho lo que ofrecía. Máxime siendo aquellos los que formaban su estructura personal. “Un penique por mí mismo, por todo. De bronce y sucio, gastado, se cae al suelo y dudo si recogerlo. Cuesta trabajo recoger un penique del suelo si no tienes algo de… uñas. Las llevo cortas” se tocó el filo de la uña del dedo índice con la yema del pulgar. “No puedo recoger ese penique del suelo. ¿Y si está mojado por la lluvia? Flota, deja un hueco entre él y el suelo. Minúsculo. Infinitesimal. En él cabe el extremo de mi uña”. Volvió a pasarse el pulgar por el índice, del mismo modo. “No hay nada que hacer. No flota tanto. No tanto como el coche”.
Charlotte giró la cabeza erguida levemente y terminó de meterlo en su campo de visión de reojo, sin cambiar su gesto. Sonrió unos segundos después. “Sonríe también con los ojos”. Recordó su sonrisa a través del retrovisor, cuando iba a la facultad en el coche de ella y se sentaba en el asiento trasero. Una sonrisa de ojos.
-Fue por eso- Allun señalaba en dirección a los coches que pasaban en sentido contrario.
-¿Cómo?
-El accidente. Fue por eso. Me distraje mirando a los coches que venían así. La forma en que levantan el agua. Parece no caer nunca al ser relevada en el aire por la del siguiente coche que pasa cerca. Es apocalíptico. Me distraje. No vi los coches parados en mi carril. Ahora él no está. Y tú estás sola. Y fue simplemente por eso.
Charlotte miraba hacia donde él señalaba. Lo hacía de reojo. Pero no veía nada especial. Allun volvió a hablar.
-Él no está por eso. Por una imagen. Y ahí vuelve a estar, no me gusta volver a verla.
-Va a estar siempre. En invierno llueve mucho.
Se sentía ridículo. “La rodilla seguirá en el silencio de la partitura. Y el cuello y la sonrisa de ojos”.
En menos de quince minutos llegaron al cementerio de Chippenham. Estaban frente a la lápida en silencio.
Charlotte se puso en cuclillas para dejar las flores junto a la lápida. Allun no se movió. Sus rodillas volvieron a asomar bajo la falda y Allun se sintió a sí mismo y no se entendió. Ella se incorporó para volver a ponerse junto a él.
-Quiero mi dinero.
-No puedo dártelo, Allun.
-¿Por qué?- Ahora la miraba, pero ella a él no.
-No existen las monedas de medio penique.
Por Narciso Rojas.