Las primeras nubes de la mañana
hace tiempo que se retiraron.
La playa arde.
Una colilla amarillenta esconde la
cabeza para no ser descubierta y
un condón de la noche pasada
se tuesta al sol sabiendo que nunca
será vida.
El sol está en el cenit.
El mar alivia el ardor de la piel
de desconocidos que nunca
reconocerá.
Esa sombrilla roja es el comedor
improvisado de una familia, de una
cualquiera.
Los niños gritan, la madre gime y el
padre sube la voz inflando su “pecho palomo”.
Va una colleja, vienen las lágrimas.
Mamá policarbonato* abre la boca para saciar
a sus polluelos, trae comida recién cocinada.
¡Mierda! Unos granos de arena amarilla
invaden su cuerpo. Ese pie infantil nunca
para quieto…
La tortilla de patatas cruje, como los
berberechos de lata que estaban de oferta,
y el pollo empanado mueve la cresta a golpe
de reggaetón.
No te bañes hasta que hayas hecho la
digestión o ese shock termodiferencial
podría acabar con tu vida, berrea la mater familias.
Ha pasado el día y la noche invade la orilla.
Todo es silencio y un Jack Russell** corre veloz tras
un palo! un palo! un palo!
Tú, querido tupperware, tupper para los amigos,
respiras semienterrado en la arena.
Nunca te quisieron tanto como para no olvidarte.
Fundido en negro.
The End.
* Actualmente se emplean en la fabricación de los recipientes diferentes tipos de polímeros: policarbonato, polietileno y polipropileno, entre otros [Wikipedia].
**pequeño homenaje a Píxel, el perro de mi sobrino.
Por Raquel Egea.