Todas las historias son en realidad la misma, porque todas empiezan de la misma forma. En un bar, hola esta es Marta, él es Luis, dos besos; en la fiesta del piso de Carlos, ella es Sofía, yo soy Quique, dos besos; la quedada en el cumpleaños de Laura, María, ¿verdad?, yo soy Julio y ese de allí es Andrés; en aquel carnaval, yo soy Nacho, encantado, Curro, Diego, Elena, Yves; la barrilada de primavera de la facultad de Verónica, Carlos, ¿no te acuerdas?, tú eras Raquel, ¿a que sí?, creo que fue aquel día, en la cola antes del concierto, después de un examen, cuándo, no sé, y entonces me miras, y yo te miro, y tú me miras y yo aparto la mirada y por el rabillo del ojo veo que me miras, tus ojos, fijos en mí, me siguen mirando como si se fuera a terminar el mundo y no quisieras ver nada más en tu vida, y el corazón que llevas estampado en tu vestido se me clava en el alma y sé que es un puñal que no va a dejar de sangrar nunca.
Entonces llega la primera cerveza, ¿quieres un cigarro? Bueno, no fumo, pero vale, luego otra más, ¿y tú qué estudias? Yo matemáticas, pues yo ingeniería, bueno, se parecen en algo, otra más ,¿qué llevas en el bolso? Es Demian, un libro, anda el de Hesse, ¿lo conoces? Claro que sí, lo he leído, ay, qué guay, a mí me está encantando, antes de este me leí Siddhartha, sí, ya sé que es típico, ¿y El obo estepario? No lo terminé, ¿otra cerveza? Me encanta Underground, es un peliculón, pues tienes que ver esa otra, ¿cómo era? Gato no sé qué y no sé cuántos, del mismo director, igual pero muy distinta, quinta cerveza, ¿salimos de aquí, al Galilei? Venga, vale y de camino te cuento, es como Massive Attack pero tiene más ritmo, a mí es que me van las guitarras, bueno, pero esto es otro rollo, más tranquilo, tú sabes y de allí a Plutón, sexta cerveza, canciones y risas, y después al Halley, el otro día estuve en el concierto, yo también, ¿sí? Pues no te vi, o igual sí, pero no nos conocíamos, ¿y te gustó? A mí me pareció una pasada, ¿te traigo otra más? Y de allí al Sputnik, ese bar tan inquietante y tan lleno de gente, séptima cerveza, ¿has estado en Berlín? Qué va, pero iré, que el año que viene me voy a Stuttgart, ya sabes, Erasmus, otra cerveza, ¿quieres un chupito? O dos, o tres, o cien mil millones, que empiece la música, y las luces, y los flashes, y la descarga de adrenalina, melenas al aire que se vuelven azules, verdes, moradas, multicolores, trapecistas, enanos, cabezudos, gigantes, marcianos, alienígenas con gafas de pasta, barbas, faldas cortas, collares de lana, pulseras, trenzas danzando al ritmo de lo nuevo y más indie, y yo me acerco y no dejas de mirarme y mariposas en el estómago y escalofríos en la espalda y cuando nos damos cuenta nos estamos besando en medio de la pista solos tú y yo en medio de la marabunta.
¿Y después qué? Una despedida. Tan cobarde. Ni nos dijimos adiós ni nos pedimos el número. Miedo a «ya te llamo yo si eso».
Pero un día nos volvemos a ver, un día en el cine, o en el bar de tapas, o en la pizzería de Javi, o en la galería de arte, o en aquel concierto en el que estábamos a doce mil kilómetros y de repente a un centímetro, casi rozándome la mano, yo alargando el meñique, tú suspirando entre aplausos, yo intentando parecer despistado, tú que de repente oye cómo estás, ¿te acuerdas? Sí, claro, fue en Plutón, o en la Galilei, o viajando en el cometa Halley, ¿y tú qué tal? Bien, aquí en el concierto, ¿te gusta? Sí, claro que me encanta, nos encanta a los dos, por eso no dejamos de hablarnos, de decirnos cosas, de llenar los vacíos de una música insulsa con nuestras palabras, miradas y gestos que parece que te vas a tirar encima de mí, hacerme el amor allí mismo cuando de repente vienen, te cogen del hombro y estás otra vez a doce mil kilómetros agarrada de la cintura de alguien que te da besos y te suspira al oído. Es su novio, alguien me dice, pues nada yo que me olvido, me voy todavía más lejos, más allá de la Via Láctea, a ese lugar tan recóndito donde lo único que suena son los pensamientos, y cuando acaba el concierto ni nos despedimos, pero mientras te tiran del brazo tus ojos se cruzan con los míos y eso es lo mismo que decírnoslo todo.
Entonces pasan no sé cuántos meses y un buen día te encuentro en Facebook y desde entonces no dejamos de hablarnos, solo que yo estoy tan lejos estudiando fuera que no nos vemos hasta que pasan seis meses y quedamos en un bar antes de ir a ver danza y luego la vemos y luego nos besamos y después en el coche hacemos el amor y nos decimos te quiero en los silencios entre el cigarro de después y lo de dejarte en casa. Y ya no volvemos a vernos porque aún me quedan otros seis meses de Erasmus.
Y entonces nos ocurre una fiesta. Y luego otra. Y después otra, y otra más, y más, y otra, y otra. Y entre fiesta y fiesta y concierto y concierto, entre ir al cine o quedar en un parque, en el microteatro y en un bar y una tetería y en la biblioteca a estudiar, que llegan los exámenes, es como se conoce la gente y se va uno, poco a poco, enamorando. Y tú y yo nos enamoramos, pero no nos lo dijimos porque somos así, creyentes de esa religión tan tonta de que a nosotros no nos va ese rollo de decirse te quieros al oído y prometernos estar juntos para siempre.
Pero ese día que te vi con otro fue el día en el que se me estrujó el pecho y luego voy yo y por venganza te obligo a que me veas con otra. ¿Quién era esa?, me preguntas. Una amiga, te respondo. ¿Solo una amiga? ¿Y a ti qué te importa? A mí nada, oye no te enfades, no pongas esa cara de desprecio, pues la misma que tú estás poniendo, a mí no me vengas con esas que te veo venir, que me las sé todas, y tú quién te crees que eres, ¿yo? ¿Y tú? ¿Y tú y yo? ¿Y nosotros? Igual tenemos que hablar, ¿no? Ah, pero ¿esto iba en serio? No sé, ¿tú qué opinas? ¿Y tú? ¿Yo? Sí, tú, ¿tú qué es lo que quieres? Pues yo nada, ya sabes, ya, claro, que sabemos cómo somos los dos, no buscamos lo de enamorarnos, anda ya, qué tontería, eso no existe, convenciones de una sociedad marchita, mira mejor si dejamos de vernos. Como amigos, eso sí, educación ante todo que somos dos personas maduras.
Un día. Dos días. Tres días. No me llamas. Una semana, no hay nada. Un mes, mirando el móvil, esa pantalla vacía que está solo llena de las cosas de siempre, amigos, barriladas, cenas, fiestas en pisos de extranjeros, risas, emociones, juergas, es decir, vacías. Nada.
Y un día te veo por la calle y estás de la mano con alguien. Y otro día tú me ves con aquella y te entra un ataque de celos. Y aquella madrugada de jueves que entré en el Halley y creí verte y luego el Sputnik lleno de recuerdos y Plutón y Júpiter y Marte y en todos ellos te vi aunque no estabas. Y a la semana siguiente nos vemos y lo hacemos en mi coche, por los viejos tiempos. Y a la otra ni nos conocemos. Y un mes más tarde volvemos a lo mismo y después otra vez a ignorarnos. Y seguimos así, de fiesta en fiesta, sin enamorarnos puesto que ya lo estamos, sin decirnos cosas al oído, pero deseando poder decírnoslas, romper las barreras, quitar corazas, suspirando te quieros a la ventana, a las nubes, al aire que los dos respiramos, ese que sale de tu boca y la mía y se funden en un corazón que se dibuja en el espacio entre ambos.
Y estamos así hasta ese día en el que el tiempo hace una raya en la arena y dice los valientes que den un paso al frente.
Así que ayer no conseguí dormir nada. Y antes de ayer fuiste tú quien no pegó ojo. Y esta noche esa peli nos durmió abrazados, en ese sofá que te gustó de Ikea y cuyo montaje nos costó dos peleas. Y una voz puntiaguda y chillona nos obliga a despertarnos, a que nos levantemos a rastras, a que reptemos hasta esa habitación tan nueva que tanto trabajo nos costó dejar lista, que obliguemos a nuestros párpados a abrirse y a contemplar esa cosita chiquitita, bonita, preciosa, esos pies que se mueven solos, esas manos que se agitan al aire, esa boquita que se abre pequeña y que suelta unos graznidos como los pajaritos. Y cuando la coges en tus brazos y yo te abrazo y esos dos bracitos se revuelven con rabia diciendo mamá dónde estabas es cuando se nos derrite el alma. Porque por fin comprendemos que lo de antes era un cuento y que la fiesta de verdad empieza ahora.
Por Ignacio Moreno Flores.
Precioso final