Mi abuelo me dijo que todo pasó hace veinte años. Primero se secó el Mar Muerto, durante casi una década bajó a razón de un metro por año sin que nada ni nadie diera con el antídoto o vacuna a aquella extraña patología. Después le siguieron todos los demás. El mundo cambió de forma tan radical y sublime que siempre decía que había vivido en dos planetas.
Poco a poco, el noventa por ciento de las especies marinas desaparecieron y el diez por ciento restante mutaron a una velocidad que no era previsible y que probablemente no volveremos a ver: dos patas y pulmones externos.
Decía que el día en que desapareció el último charco y el mundo se levantó sin Mar, la imagen fantasmagórica que tenía antes sus ojos, unida a un extraño olor, solo fue superada por estos peces andarines y con esponjas rosas que vagaban, en columnas propias de termitas, de un lugar a otro.
La población reaccionó de diferentes formas. Por un lado, una ola de suicidios colectivos azotaron las bases de las religiones y de los grupos ecologistas. Esto era el infierno y, ni las convicciones de un paraíso de los primeros, ni los influjos revolucionarios de los segundos, fueron suficientes para soportar esta nueva era. El impacto sobre los habitantes fue tal que no se recordaba un descenso poblacional tan acusado desde la plaga de ébola en los antiguos años dos mil.
Por el contrario, surgieron nuevos credos; los más relevantes, y que alcanzan nuestros días, son los Peregrinantes. Entendían que esta situación había sido provocada por un ente divino para acercar a los pueblos que tan alejados estaban. El mar era un obstáculo y ahora podían abrazarse a cualquier hermano, sin que hiciera falta más que tus propios pies.
Las autoridades se afanaron en hacer público que la situación era transitoria y que los mejores científicos de todo el mundo estaban tras la pista de una nueva nanotecnología que llenaría, como con un grifo, cada una de nuestras húmedas bañeras vacías. Tras años de investigación y haber acabado con cualquier muestra de Mar que quedara en el planeta, los proyectos se dieron por cerrados. No había explicación posible a lo que había ocurrido ni forma de volver atrás.
Los gobiernos y gobernantes se dividieron en dos; los de Tierra Seca continuaron el camino con sus doctrinas clásicas, sus rancias Constituciones y dirigentes. Los de Antigua Sal fundaron nuevas ciudades, crearon sus propias normas de vida y en una jugada, propia de un maestro de póker, se hicieron con el control de los grandes pozos petroleros y vías de gas del mundo. Tenían la sartén por el mango y, con sus peces a dos patas adiestrados, se pavoneaban airosos por Tierra Seca, invitando a sus nuevos, artificiales y sofisticados campos de golf y comentando, airados, las ventajas de su mundo.
Uno de los problemas que generaba la falta de Mar era el silencio. En los pueblos costeros los habitantes enloquecían al no escuchar el ir y venir de las olas. Se decidió instalar grabaciones por toda la desecada superficie. Altavoces que una y otra vez emitían ese runrún que genera calma. No había cosa que no pudiera solucionarse.
Las agencias de viaje pronto abrieron una revolucionaria línea de negocio. Los hoteles más lujosos se construyeron horadando las montañas que escondían nuestros mares y océanos. Se aprovecharon las grandes llanuras de la ya extinguida posidonia para hacer pistas de aterrizajes y al menos una decena de aerolíneas, con exclusividad de las rutas, se pusieron en marcha. Para calmar a los pescadores se firmaron acuerdos con estas compañías que se encargaron de ocupar a todos y cada uno de los que habían perdido su empleo. Las empresas quedaron bien surtidas de mano de obra, feliz por cambiar su dura vida anterior con una rodeada de lujos no disfrutables.
En una carta que abrí justo el día en que mi abuelo falleció encontré una foto de mi hermana y mis padres en la playa. Había sido conservada con esmero, pues por Decreto hubo que destruir cualquier recuerdo que inspirara o nos llevara a lo que habíamos perdido. Se consideraba un riesgo que aquellos recuerdos produjesen una sublevación o, simplemente, un disconfort hacía el mundo que teníamos.
Esa imagen se tatuó en mi hipocampo y se ha vuelto Obsesión. En una larga epístola de despedida y esperanza, Me lo confiaba todo a mí. La llave que me dejaba, afirma la misiva que releído hasta memorizarla por completo, era la llave de la vuelta atrás, del renacimiento.
Yo tengo 15 años y no sé con qué sueño…quizás con la sensación fresca que mis padres me describían, con el azul que he visto en la fotos, con las aves pescando delante de mis ojos o con el dulzor de la temperatura subiendo en tu piel. Ahora, sentado delante de la caja fuerte abierta, me pregunto qué hacer. Una botella de una vieja marca de refresco encierra, sin duda, el principio de todo esto. Observo las partículas en suspensión y los granos de arena apostados en el fondo de la botella. La luz del sol se refleja en el cristal y casi puedo sentirlo. La abro, me mojo los labios… Un placer salado me recorre la espalda. Y ahora debo decidir si lo comparto o lo sigo guardando sol o para mí.
Por Gema MO.
Genial. Tan profundo como ese mar q a veces se seca en nuestro interior y nos volvemos secos y superficiales.
En general me ha gustado mucho, una situación que nunca se me habia pasado por la cabeza. Hay dos cosas que me han llamado la atención, la primera es como has aprovechado la evolución de los peces para que los humanos se aprovecharan de esa circunstacia y la segunda es como has metido los suicidios masivos, sobre todo el de los ecologistas , (cosa que ni me la esperaba), que fueran los grandes uno de los grupos mas perjudicados. Insisto me ha gustado mucho, a la espera de la siguiente 😉
Como soy un amante de la Ci-Fi, me ha encantado. En el fondo (la poesía de los conceptos, la prosa, las metáforas que sugieren las imágenes) es muy de Bradbury. En la forma no (aunque no fue la “forma” de escribir de Bradbury lo que le hizo famoso).
También me ha recordado al relato que hizo José ángel para el tema “porno”
http://www.macleinyparker.com/wordpress/?p=316
Que no se te sequen las ideas nunca, Gema.