Por San Valentín me regalaste flores, y no cualquiera:
–Orquídeas –dijiste.
Preciosas, exuberantes… de vivero.
–Son muy delicadas –continuaste.
–Delicadas –repetí.
–MUY delicadas –corregiste y te giraste buscando dónde colocarlas. Entonces recordé aquellas orquídeas salvajes que descubrí casi en la cima de la montaña… cuando aceleraste el paso, dejándome atrás, por mucho que insistí en que pararas.
–Tienes que comprar sustrato de coco y regarlas con difusor poco a poco –proseguiste dándome la espalda.
E imaginé aquellas diminutas orquídeas resistiendo aguaceros y, en ocasiones, enterradas bajo un palmo de nieve.
–No les puede dar el sol directo pero deben estar en una zona bien iluminada.
Unas orquídeas expuestas a pleno sol cada día…
–Evita los contrastes de temperatura para que no pierdan las flores.
…y cada noche a las heladas rociadas.
Terminado tu dictado de instrucciones, volviste a mirarme unos segundos.
–¿No dan semillas? –inquirí.
–No, ¿para qué? –musitaste, ya distraído, mientras te abalanzabas sobre el mando de la tele.
Supe entonces que nuestro amor no duraría mucho más que esa orquídea de bote.
Por Siracusa Bravo Guerrero.
Fantástico Siracusa! Qué asco de botánicos aficionados…