Llueve hacia arriba y, sin embargo,
la vida me parece la misma de siempre.
Abajo, la húmeda acera espera cruzando
los dedos algún que otro resbaladizo cuerpo
con síndrome de Estocolmo.
El portal huele, como siempre, a podrido.
La misma baldosa quejumbrosa me mira
reclamándome clemencia para que no la pise.
Llave pequeña.
Buzón.
En esta comunidad no se acepta correo
comercial.
Vacío.
Un, dos, tres pasos.
El picaporte tiembla al roce de mi mano
derecha (nunca aprendí a ser ambidiestra).
Dos kilos de prunus persica, variedad platycarpa*por
un euro con cincuenta céntimos.
Los días son una mutación melocotonera de piel aterciopelada.
Mi aliento, un corazón aplastado recién sacado del
pecho, del mío.
La carne desprendida ya parcialmente del hueso
se convierte en una Granny Smith** en tu boca.
La frutería de abajo me salva de la lluvia.
De una muy ácida.
De los días partidos por la mitad como una sandía
sin semillas.
*paraguayo o paraguaya: fruta procedente de una mutación del melocotonero originada en China.
** variedad de manzana.
Por Raquel Egea.
Qué bueno. “… días partidos por la mitad como una sandía sin semillas…” Qué bueno.
Gracias, Millán 🙂
La vida muchas veces se nos parte por la mitad, como un sandia roja y apetitosa
Un abrazo
http://misparaisosdesiertos.blogspot.com.es/