Aquel mismo día en que pudo sentir por primera vez la belleza del mundo que la rodeaba en su totalidad, fue que aprendió a escribir, dotando sus palabras de tonos anaranjados color desierto.
Poco después, un día no muy lejano de aquel primero, comprobó cómo el dolor más profundo también podía expresarse con palabras hermosas, y su escritura se tiñó de pálidos azules, esos que sólo aparecen una vez que el sol ya se ha marchado, pero aún no ha caído la noche.
El día de dicho descubrimiento, se sentó a transformar su dolor en belleza y desde entonces ya nunca paró de expresar en palabras toda la alegría, tristeza, soledad, agonía, hastío, insomnio, fealdad y magia de la vida.
Por Carmen Arjona.