Mira, Mari, que nos conocemos, y tú sabes que yo no me hubiera metido en berenjenales si el tema no hubiera sido como fue. Que sí, que sí, que lo que tú digas, que ya sé que era la casa de mi prima y todo eso, pero es que en serio te lo digo, que, si tú hubieras estado en mi lugar, hubieses hecho lo mismo. Déjame que te lo vaya contando con detalle, verás como al final me vas a dar la razón.
La historia no es que sea nada del otro mundo, chica, pero tú sabes cómo ando yo, que desde lo mío no levanto cabeza, y no hay manera de que se me suba la moral ni a la de tres. A la terapeuta la tengo frita, ya sé, ya sé que para eso lo cobra, pero es que a veces te prometo que la veo casi más desesperada que yo por encontrar la fórmula para que se me despierte la autoestima, que al parecer la tengo hace tiempo como la bella durmiente. Total, que al final, si lo piensas, la culpa de todo este lío la tiene ella, que no para de decirme que me quiera, que piense bien de mí, que me dé un capricho o dos, los que quiera, que me merezco todo lo bueno que me pase en la vida, y todas esas cosas que me dice que luego se me pone la cabeza que me creo que soy la Preysler, niña…
La cosa es que mi prima me invitó a su cena de Nochebuena, que yo sé que no lo hacía porque le doy lástima, sino porque seguro mi madre le ha puesto a la suya la cabeza como un bombo diciéndole lo buena chica que soy y la mala suerte que tengo, y que solo necesito una ayudita de alguien con estrella como ella para que pueda encauzar de nuevo mi vida, y que como resulta que da la casualidad de que las dos vivimos en la misma ciudad y que ninguna podemos pasar las fiestas con la familia… Parece que la estoy viendo contándoselo a su hermana por teléfono. Pues eso, que mi prima, la pijísima, este año, como buena obra, invitó a su prima, la desastre, a su casita de la sierra a pasar las fiestas.
Sí, en la sierra, Mari, sí, en la sierra, que me tenías que haber visto a mí con los tacones de aguja y las medias de rejilla atravesar los guijarros de la entrada sin caerme de bruces, yo qué me iba a imaginar que ahora para que se note el lujo no hay que arreglarse como para una boda. Eso fue lo primero que me dijo mi prima, la perfecta: «¿Pero dónde vas, alma cándida, con esos tacones? Si aquí estamos todos de sport, que es como más cómo se está. Los tacones son un tributo a la sociedad machista que ya las mujeres no necesitamos». La madre que la parió, Mari, «de sport», dice, y llevaba unas botas altas de esas de los caballos, bastísimas, que le habrían costado lo que mi sueldo de una semana.
Que me pierdo, Mari, que me pierdo con los detalles. A lo que voy, que el chaval fue un encanto toda la noche, Mari, un morenazo con cara de buena gente que fue de los pocos que me dirigió la palabra; que yo me tomaba los vasos de vino como si fueran agua, y que cuando empecé con el champán ya no me acordaba ni de dónde estaba. Yo solo sonreía y sonreía a las gilipolleces que decían los amiguísimos de mi prima, que si este año iban a ir a esquiar a no sé dónde, que si parecía mentira la que se había formado con Cataluña, que si para arriba, que si para abajo. Y yo cada vez me sentía más fuera de lugar, Mari, que allí ninguna llevaba el escote como yo, que todas iban con el jersey de cachemira de cuello vuelto, con el calor que hacía al lado de la chimenea. Me sentía cada vez más borracha, y me apretaba muchísimo todo. Bueno, que entonces salí a que me diera un poco el aire, que con tanta historia yo estaba que parecía que me iba a dar una alferecía de calor. Y me fui andando como pude a un árbol grande que había detrás de la casa, a unos cuantos metros por el camino del establo. El árbol tenía un asiento hecho de madera precioso, que parecía que estaba hecho para mí, Mari, y me senté allí, y me aflojé las medias y me quité los tacones, y me encendí un cigarrito… total, que estaba súper a gusto.
Mari, te juro que yo estaba de lo más pacífica, un poquito borracha y ya está. Y apareció el moreno preguntándome que si me encontraba bien, que si qué hacía allí tan sola, que si pitos, que si flautas, Mari. Yo qué me iba a acordar a esas alturas quién era quién, ni de que fuera el marido de mi prima, ni de que ella saldría a buscarlo cuando no lo viera, ni nada, y que tú sabes que yo no soporto y en mi vida he soportado que un hombre me mire con ojitos de esos de no haberlo hecho en condiciones desde que el mundo es mundo, Mari, y claro, que una cosa lleva a la otra, y al final: Polvorón.
Por Mila Guerrero.