Desde un pequeño y olvidado teatro invadido por margaritas, hasta uno grandioso a las faldas de un volcán, como el griego de Taormina (Sicilia) que visité hace poco, las ruinas te evocan los valores del mundo en el que fueron construidas. Por encima de los asientos de la cávea se construía la hilera de hornacinas donde las estatuas de los dioses custodiaban, o amenazaban, a los mortales. Los dioses griegos eran vengativos, lujuriosos, soberbios, borrachos…, y controlaban un destino inevitable, muy a menudo catastrófico, para los hombres. En definitiva, eran los protagonistas en el teatro de sus vidas.
Veinte siglos después, ese lugar estaba invadido por turistas, saltando sobre las piedras milenarias, fotografiándolo todo compulsivamente. Japoneses fotofóbicos tapados hasta la neurosis bajo sombrillas, junto a jubilados anglosajones encantados de tener la oportunidad de vestirse con sandalias veraniegas… A veces, uno de ellos se sentaba a descansar en la hornacina que perteneció a un dios, o a una diosa, irremediablemente vacía porque su estatua se destruyó o fue encerrada en un museo.
Los dioses ya no existen, solo tenemos diosecillos, cuyo poder reside en la tecnología. El de Cronos sobre el tiempo, el de Artemisa sobre la naturaleza, el de Apolo sobre la música… ahora es un golpe de clic. Porque todos poseemos instrumentos con los que volar más rápido que Eolo, almacenar miles de poemas cantados, y nuestros mensajes llegarán a más velocidad de lo que Hermes, el de los pies alados, jamás pudo soñar.
O quizás el verdadero poder de los turistas es el dinero: representan la salvación de las economías mediterráneas. Los adoramos, los veneramos, los agasajamos… Nos interesa que vengan a fotografiar todos nuestros teatros con sus cámaras de última generación, que se alojen en hoteles con las vistas más privilegiadas… Y aunque sean diosecillos se les permite que ocupen, por unos instantes, las hornacinas en el Olimpo del piso superior, sobre las cabezas mortales.
Pasarán los siglos y otros ídolos vendrán a habitarlas. Me encantaría saber quiénes serán.
Por Reyes García-Doncel.
me ha gustado mucho.