MARCEL.- La confirmación nos llegó dos días antes de salir de cuentas. Apenas tuvimos tiempo de despedirnos de mis padres. Con ochenta años, decidieron que esperar el apagón final era lo mejor que podían hacer. Les dejamos indicaciones claras para que solicitaran nuestra vuelta si el cataclismo no se producía. Recogimos algo de comer para el camino, las maletas que ya teníamos preparadas, la bolsa con las cosas imprescindibles para cuando llegara Marcel, el disco duro extraíble con nuestros recuerdos y sonidos preferidos y por supuesto, la guitarra de Daniel. Mi barriga se agitaba como el mar en los últimos días. Me costó un esfuerzo titánico aguantar en pie las largas colas para el embarque. Cuando había imaginado ese momento, siempre pensé que el ruido sería ensordecedor. Pensaba en los gritos y los lamentos. Sin embargo el pánico y la tristeza habia silenciado a la humanidad y solo el pitido del control al escanear las autorizaciones de ingreso rompían esa quietud. Quizás si nos hubiéramos callado antes, la consciencia de lo que ocurría habría aparecido nítida ante nuestros ojos. Sin embargo nuestra “soberanía” acalló los gritos ahogados de angustia de la Tierra. Cuando puse la espalda en el asiento del transbordador rumbo a la Moon One, rompí aguas.
NOA .- Llevo mi oso de peluche en la mano. Se me cae y mi madre se agacha en silencio y me lo devuelve. Nuestras miradas se cruzan, la suya rebosante de miedo, la mía cargada de preguntas. En las tres horas que llevamos en la cola he dormido una siesta y me he tomado un batido con galletas. Tengo cuatro años y no sé lo que ocurre. Mi padre ha dejado de ir al conservatorio a dar sus clases, mi madre ya no va a la oficina y a mí nadie me lleva al colegio desde hace unas semanas. Mis papis me han contado que nos vamos a vivir a otro planeta. He pensado que será a otro país, como cuando fuimos a Londres para que mi padre diera unos conciertos, y que se han equivocado. Los mayores también se equivocan. Me he acordado de Lola, mi nueva amiga del parque, y en si ella también se mudará. La lanzadera (así la llaman) despega sin hacer ruido y muy suavito. No me dejan mirar por las escotillas (¿no son ventanas?). Una chica muy guapa y maquillada pasa regalando a los pequeños de la sala patatas con forma de luna llena. Son preciosas pero saben fatal. Espero que allí cocinen mejor.
JIM.- Me despierta mi abuela con un beso en el pelo. “Ya queda menos”, me dice. Llevamos muchas horas aquí metidos y quiero ir de nuevo al baño. Mi padre me riñe, “!Deja de beber agua!”. Hemos tenido que llamar a la chica de la tripulación cinco veces para que me acompañara al servicio del transbordador. Estamos en la parte final del viaje. Del MP3 de mi madre me llegan ecos de baterías agitadas y guitarras punzantes. A mis ocho años tengo la certeza de que esos son mis sonidos simplemente porque me erizan la piel.
LEÓN .- La primera vez que leí algo sobre la idea, una especie de ascensor que te llevaba a la luna, me pareció fabuloso. Hoy, después de haber vivido la experiencia, sé que no hay nada de romántico ni maravilloso en ella. El sueño de la tierra prometida. Cuántas veces media humanidad engaña a la otra media, cuántas veces somos cazadores cazados y viceversa. Sabía que los folletos que nos llegaban no corresponderían a la realidad pero, sin duda, fue el fiasco más grande que recuerdo tras intentar besar en la boca a Martina en el último curso de Primaria y llevarme una gran bofetada. Los jardines de las fotos eran solo eso, fotos. Y los túneles de lava fría donde se habían construido las colmenas mantenían la misma jodida luz y la misma puta temperatura veinticuatro horas al día. Bienvenido al espacio, my friend.
Nos conocimos en la zona de adiestramiento, en mi último año antes de pasar al instituto. La diferencia de edad entre nosotros (doce años entre Marcel y yo) no importaron. La rabia de nuestros ojos limó una generación tras otra. Pronto, los cuatro buscamos un apartado natural, un reservado sin paredes de magma y la energía fluyó. Fluyó como el río que apenas recordábamos y creció como las flores que no olíamos y se dilató como las pupilas a la luz del sol que ya estaba apagado. Quizás por todo ello. La adolescencia hizo el resto.
Mi padre nos contó que el blues nació en los campos de algodón, el rock en el blues y a miles de kilómetros de distancia, en los túneles y gritando por romper las mismas cadenas, el neoBR agita las mentes de los habitantes de esta estación. Objetivo, libertad. Gritar lo que nadie se atreve a decir. Volver a avivar las cansadas consciencias.
Let´s swim to the moon.
Por Gema MO.
Fabuloso, como siempre.
Sorprende como siempre en su planteamiento de la historia, desde el principio hasta el final.
El relato es genial!!!
ay, qué triste, con lo romántica que es la canción!! quién no ha querido nadar por la noche con un ligue hasta alcanzar la luna (aunque se estuviera en Chipiona). Me gusta la tensión hasta el final. Ole! “el blues nació en los campos de algodón, el rock en el blues…”. Ouu yeaah..