La primera vez que te vi,
temí a la muerte.
No a una lenta, sino a
una acuosa.
Los hombres te definen
como una masa de agua salada
de tamaño menor que
el océano y a mí, como el feto
que nunca quiso despertar
del líquido amniótico.
La primera vez que te olí,
aparté los naranjos en flor
de mis manos y grabé
para siempre tus escamas
de sal en mi memoria.
Alfonsina te buscó para vivir
su eternidad, como las sirenas
poetas que nadan y nadan
en busca de mares menores
y océanos de cristal.
Y yo, pez de los avernos que escapó
del cemento, me dejaría devorar
por tu azul espumoso; el mismo del
que Ulises escapa cada día para llegar
a Ítaca.
La primera vez que te vi, mar (del
latín mare), temí a la muerte. No a
la mía, sino a la nuestra.
Por Raquel Egea.
” No a / la mía, sino a la nuestra”.
Me ha encantado.
Gracias, Álex.
Prometo vísceras para el próximo 🙂
Un abrazo
Perdón!
Quise decir, Pablo.
Igualmente, Pablo, prometo vísceras, jaja!