No he vivido en muchos sitios.
En dos o tres sitios he vivido en mi ciudad
y en otros dos o tres sitios de otras ciudades.
Y luego he vivido en otros sitios donde no
he vivido. Donde no he dormido, quiero decir.
En uno de esos otros sitios había una taza con mi nombre
y un rincón para mis cosas, y algún peluche.
Había dos o tres sonrisas
y algunas caras largas había también.
Había un microondas y una cafetera,
un confesionario,
una sauna,
un escenario,
un ring de boxeo
(una arena de combate a veces, también).
Tenía muchos metros cuadrados útiles
con terraza y trastero,
con ático y sótano
y más sótano,
con cajas fuertes ocultas
y memorias enterradas.
Tenía muchos metros cuadrados y vistas
a la Giralda, y a esos arbotantes de la Catedral
a los que tanto me gusta mirar
y observar cómo cambian de color y de textura
según la luz o el sol o la luna o las nubes
o según mi mirada, que cambia también su color.
Y en ésas estaba, mirando cambiar los arbotantes,
en ese rincón donde la piedra aspira a crecer
hasta fusionar la tierra con el cielo, mientras vivía,
soñaba, amaba, respiraba,
compartía y aprendía también.
Aunque no dormía, no, allí no se dormía.
Por Rosa Montero Glz.