«Sí, trabajar en Hollywood da una cierta experiencia en el campo de la prostitución.»
Jane Fonda
El hombre está sentado a mi izquierda. A decir verdad, no sé si es un hombre. Tal vez sea una mujer. No importa. Me gustaría contarle que he vendido mi primer guion y que tienen previsto rodar la película a principios de marzo. Contarle que, al parecer, Steven Soderbergh se entusiasmó con el proyecto desde el principio y que fue él mismo quien convenció a Matt Damon, que a la vez convenció a Blake Lively, que a la vez convenció a Natascha McElhone para hacer de hermana mayor. ¿Podéis creerlo?
Me gustaría contarle que cuando me llamaron de la productora, me subí a la mesa del bar. Como en las películas. Que llevaba el nudo de la corbata flojo y los puños de la camisa arremangados. Como en las películas. Que luego salté. Y volví a saltar, de mesa en mesa, hasta llegar a la barra. Y que luego dije eso de: «La siguiente ronda la pago yo». Como en las películas. Y que luego vi a una rubia con una boca como un piano junto a la máquina tragaperras. Y que finalmente dije: «Ha sido un día duro. Me voy a celebrarlo con mi mujer y la pequeña Julia». Como en las películas.
El autobús para y escupe unos estudiantes en la acera. El hombre que quizás es mujer huele de maravilla pero tiene los dedos de las manos muy anchos para mi gusto. No importa. Me gustaría contarle que a las pocas horas de haber recibido la noticia, me llamó otro tipo diciendo: «No pararé hasta que sostengas una coca cola, calces tu marca, juegues a un videojuego basado en ti mientras cantas tu canción en un anuncio protagonizado por ti, que se emita durante la Super Bowl en un partido que estés ganando y no pienso dormir hasta que eso ocurra, bla, bla, bla. Tienes quince minutos para llamarme». Y colgó.
El conductor parece no tener apego por la vida. Por la nuestra, digo. Entra en las curvas como Rocco Siffredi. Me gustaría decirle que está en las antípodas de Paterson. Y ver qué cara pone. O gritarle que tiene pinta de ser uno de esos falsos entusiastas. De esos que se expresan con mucha intensidad. Sobre todo en las redes sociales. Sobre todo cuando hablan con mujeres. La clase de tipos que rebosan energía y pasión por la vida. Ya sabéis. Qué pisazo. Qué fotaza. Qué planazo. Un besazo. Y esas mierdas. Pero que en la calle no sostienen la mirada y son cobardes y tristes y les tiembla el labio porque, ajá, ahora se les ve el plumero y se parecen demasiado a los otros hombres. Sí, a los quieren meter un pollazo y dar esquinazo.
El hombre que quizás es mujer pero que no importa, ahora está a mi derecha. De pie. Esto me suena a despedida. Me gustaría contarle que el papel protagonista estaba inspirado en la figura del biólogo Luis Arranz, concretamente en la etapa que fue director del Parque Nacional de Garamba, cuando proyectaba recuperar una subespecie de rinoceronte blanco, única en el planeta. Y que lo escribí pensando en Antonio de la Torre. Y en Marta Etura. Y en Andrea Duro. Y con la ilusión de que la dirigiese Alberto Rodríguez. Pero que como hacían falta avionetas, grandes manadas de elefantes, miles de búfalos, leones, leopardos, antílopes, hipopótamos e infinidad de aves, pues como que no. Verá usted.
El autobús efectúa su última parada. La mujer que parece un hombre, y quizás lo sea, me dedica una última mirada. Me gustaría contarle que soy de ésos que escuchan su canción favorita, una y otra vez, hasta que deja de serlo. Y que las vacas que miran a los trenes se me antoja un GIF perfecto. Y que cuando me reuní con la productora, me negué a aceptar todos los cambios que exigían los americanos.
Me levanto del asiento y reparo en el monitor. En la imagen, un rótulo muy simple reza sobre un fondo violeta: «¿Sabías que al 87 % de los encuestados entre los 15 y 35 años les gustaría ser de profesión famosos?». Jodido país.
Bajo los tres escalones con parsimonia. Y se cierran las puertas tras de mí. Miro a un lado y al otro. Y me subo las solapas de la chaqueta. Y entierro un poco el cuello mientras me enciendo un cigarrillo. Y el humo sale despedido, a contraluz, mientras la cámara se va alejando. Como si quisiese darme un respiro. Pienso en que yo preferiría ser célebre. Como en las películas.
Y no sé si me engaño.
Por Carlos Torrero.