La casa parecía haber sido abandonada muchos años atrás. Había muebles llenos de polvo. Miles de motas bailaban entre los rayos de luz que se colaban a través de las rendijas de las persianas entreabiertas. Cajas por todos lados, en todas las habitaciones, con libros, figuras decorativas, cacerolas, tazas, marcos con fotos… Recuerdos de un pasado que ya se fue.
En una de las habitaciones, una caja contenía varias películas de 8 mm, una vieja cámara y un proyector. No tenía nada mejor que hacer así que bajé la persiana, busqué un espacio en la pared y me dispuse a verlas. Por curiosidad, por voyeurismo, por indagar un poco en la vida de los que antes vivían allí.
Me quedé clavado con la primera de ellas. Era lo que esperaba, películas familiares, nada extraño. Pero quedé hipnotizado. La cinta estaba rodada en el mismo jardín de la casa. Por las ropas, por los peinados, supuse que habían pasado muchos años de aquello. Dos niños pequeños, chico y chica, correteaban jugando. No había sonido, pero podía oírlos chillar mientras se perseguían en broma y chapoteaban en una piscina de plástico. Debía de ser verano. Y una mujer, debía de ser la madre de los pequeños por como ellos se acercaban a ella, ajena a ratos y sin perder de vista a los niños.
Era pelirroja, estaba sentada al sol, leyendo, con gafas oscuras. Su cabello brillaba. En un momento dado un mechón le cayó sobre la cara y ella se lo retiró con la mano. Una vez que la cámara captó este movimiento, se quedó con ella. Incapaz de retirarse, como mis ojos, incapaces de irse a otro sitio, de ver cualquier otra cosa.
La persona que grababa dijo algo, tuvo que ser así, aunque no se oyera nada, porque ella levantó la vista del libro y miró. Era como si me mirara a mí directamente. Y cuando se quitó las gafas y sonrió… Juro que oía su voz. Su sonrisa, su modo de coquetear, cómo bajaba la mirada y sonreía, cómo me mandaba un beso… Sí, porque me lo mandaba a mí, estaba convencido.
Cuando ya llevaba un rato, no sé cuánto, mirando fijamente a la mujer de las imágenes, sentí una presencia cercana. Me giré y en la puerta vi la viva imagen de la mujer que me había hipnotizado antes. Pero era años más joven, casi una cría.
–Perdona, abuelo –me dijo– pero te vi tan emocionado viendo a la abuela que no quería molestarte. ¿Te acuerdas de ella?
Por Juan Antonio Hidalgo