El hijo tenía unos padres. Los tenía de ese modo con el que se posee los objetos preciados de antaño: olvidándolos.
Por ejemplo, ¿recuerdas el día que te regalaron la bicicleta? Te fuiste a la cama con las piernas acalambradas. Sin embargo, hoy ni siquiera recuerdas el trastero en el que se encuentra arrumbada.
Pues así, de este modo los tenía:
Ellos vivían en el trastero, es decir, en la montaña.
Allí,
siempre que el hambre asomaba, acudían a la huerta y a la vaca,
durante el afilado invierno procuraban que el fuego no dejara de crepitar,
en el tiempo de la cigarra se refrescaban en el arroyo,
y se resguardaban en la sombra del gran roble.
También solían rendirse al sueño contemplando las redondeadas cúspides por el ventanuco de su dormitorio.
Incluso, a veces, si el deseo les invadía, únicamente debían buscarse el uno al otro, pese a los años.
Ese era el tipo de cosas que solían hacer los ancianos.
Él prefería la ciudad. Nunca albergó dudas. Ya hacía unos años que lo había anunciado a sus padres.
“Quiero triunfar”.
Con aquella edad “quiero triunfar” significaba: “estoy harto de oler boñigas de vaca”.
Así que emigró para comprarse
un piso,
un coche
y una esposa.
Emigró con tanto acierto que fue perdiendo la virtud de identificar los cantos de los pájaros.
Poco a poco, el hijo fue notando cómo cada vez que visitaba a sus padres la carretera de la montaña era más empinada.
Deseaba, en cada ocasión, girar el volante y zambullirse, de nuevo, en la fascinante urbe.
En cada ocasión.
Los ancianos se habían percatado de tal circunstancia, pero ¿qué podían hacer? ¿Sonreír al verlo aparcar su coche?
Pues eso.
Uno de los días de los que subió dijo:
“Quiero ser político.”
“¿Qué podemos hacer?”, pensaron los ancianos.
Otro día: “Soy el candidato”.
“¿Qué remedio? No está en nuestras manos hacer algo”, pensaron los ancianos.
Y sonreían. Poco comprendían.
Las estaciones fueron relevándose con el sigilo felino acostumbrado.
Una flor nace entre restos de nieve,
Una bandada de cigüeñas huye del calor,
la hoja suspira y planea,
y de nuevo el primer viento del norte blanquea la memoria.
Las naturaleza está repleta de minúsculos relojes que indican el paso del tiempo. Solo hay que parar y mirar. Por eso mismo, en las montañas el tiempo pesa más, mucho más que en la ciudad, donde el tiempo lo señala un cuadrante de turnos y la factura de la luz.
El día de las elecciones los ancianos habían dedicado la mañana a sus labores.
A saber:
despejar la puerta de nieve,
dar de comer a las gallinas,
cortar leña para todo el día,
echar un vistazo al cerdo,
encender el fuego,
hacer la lista del ditero,
revisar las vigas de la buhardilla
y preparar el guiso.
Mientras el guiso bullía comprobaron que no había más labores y encendieron la televisión.
La pantalla se llenó de gráficos en forma de tarta, de tantos por ciento, de corbatas, de palabras postizas, de micrófonos, de banderas, de gente haciendo la señal de la victoria con los dedos, de respuestas evasivas,
y de la cara de su hijo.
“Es nuestro hijo”, dijeron al unísono.
Y allí estaba el hijo: frente a una urna, rodeado de extraños, acosado por micrófonos, cegado por los flashes.
“Parece feliz”, dijeron al unísono.
Pasaron la tarde frente a la pantalla.
Afuera,
la vaca mugía,
el arroyo se abría paso entre la nieve,
los árboles esperaban
y el sol seguía su camino.
Transcurrida una semana, los ancianos oyeron los frenos del coche.
Algunos pájaros saltaron del gran roble.
Salieron a la puerta a esperar el beso del hijo.
Éste venía agitando el periódico y señalando su fotografía.
“¡Gané!”, gritaba.
Los ancianos recibieron a su hijo sonriendo.
Y, aunque poco comprendían,
y en su interior se derramaba algo parecido a la vergüenza por no comprender,
se sintieron también felices y dichosos.
Allí estaba su hijo.
Fin.
Por José Pedro García Parejo.
Magnífico como siempre, José Pedro. Es un agradable cambio de estilo, muy costumbrista y tocando bastantes temas pero sin aleccionar al lector, cosa que agradezco.
Me encanta el oficio de ditero.
Gracias, Juan Ramón. Pretendía enfrentar naturaleza/urbe con la excusa de la política, y así intentar comprender dónde se encuentra lo verdaderamente importante.