Cuando sonó el timbre apenas quedaba un bocado de sándwich mixto.
Por alguna razón los McNamara consideraban a Tom Mallory un tipo digno de su confianza.
—Nos marchamos el fin de semana a esquiar, Tommy —Phil McNamara era de esos que parecían alojar una flauta bajo la lengua—. Pasarás estos días aquí, ¿verdad, Tommy? —También era de esos capaces de predecir los movimientos de los demás.
—Sí, Phil, ya sabes, demasiados asuntos pendientes en la oficina.
—¡Genial! —McNamara balanceaba unas llaves ante la nariz de Tom—. Nos harías un gran favor a Cynthia y a mí si cuidaras de la pecera. Es época de apareamiento y nunca se sabe lo que puede ocurrir.
Tom recibió una palmada en el hombro como muestra de agradecimiento.
El viernes por la noche Tom Mallory salió del ascensor con gabardina, sombrero, paraguas y alguna cosa enganchada en su mirada. Se prepararía un sándwich mixto, vería el partido de los Chiefs y se metería en la cama. Pero antes echaría un vistazo a la pecera de los McNamara.
Tenía pinta de estar todo en orden. Los peces seguían a lo suyo. Contó tres veces y en las tres contó trece peces. La mayoría con el tono de una vieja cuchara de plata. Un par de ellos eran de mayor tamaño y con escamas verde esmeralda.
Husmeó por la librería y cuando se vino a dar cuenta hojeaba un álbum de fotografías. Phil y Cynthia asomados al Gran Cañón; Phil y Cynthia, de picnic bajo la torre Eiffel; Phil y Cynthia, tazas en mano, en Bloomsbury; Phil y Cynthia abrazados a unos nativos de la selva guatemalteca; Phil y Cynthia eligiendo una alfombra en el Gran Bazar de Estambul.
El sábado por la noche Tom Mallory necesitaba una copa. Optó por cenar —sándwich mixto, budweiser— y después ir al apartamento de los McNamara.
Esta vez advirtió familiaridad en los ojos de los peces. Sacó el bourbon del mueble bar y dio un trago a la botella. Se acomodó en un sillón de cuero rojo y se desabrochó la bragueta.
Tom Mallory sabía que los McNamara llegarían el domingo por la noche, así que ese día decidió excusarse en la oficina durante la hora del almuerzo y pasarse por la pecera.
Ya en el piso buscó en el frigorífico de Phil y Cynthia un poco de jamón y de queso. Engulló el sándwich con su reflejo en el vidrio de la pecera.
A continuación abrió el ventanal de la sala de estar. En cierto modo no le sorprendieron las vistas de East Park. Era el primer día soleado de diciembre. Los árboles formaban una tupida moqueta amarilla. Tom Mallory observó la fila de padres e hijos frente al puesto de bagels. Un globo subía hacia el cielo. Una orquesta tocaba algo de Nat King Cole. Los cocheros invitaban a los paseantes a dar una vuelta mientras los caballos sacudían sus colas.
Antes de volver a la oficina se remangó la camisa, introdujo la mano en el agua y capturó uno de los verde esmeralda. Miró a su alrededor y comprobó que todo estaba en orden.
En el ascensor apretó la mano hasta que creyó que sería suficiente.
Fin.
Por José Pedro García Parejo.
Fantástico! ¿Soy yo el único que ve al bueno de Salinger allí al fondo, del lado del East Park?
No eres el único. Yo también y lo he disfrutado mucho.
Gracias, compañeros. Mi intención era precisamente ésa, imitar a Carver, Salinger, Cheever. Un poquito de realismo sucio nunca viene mal.
yo he visto a los Vecinos de Raymond Carver… escalofriante señor José Pedro!!!