La resaca
Despertó tras haber dormido más de doce horas. Fuera, en la calle, todo había desaparecido. La ciudad se había evaporado. Sólo un semáforo y algunos restos de pasos de cebra en el asfalto seguían allí. Se preguntó porqué. Y recordó que el día anterior, tras una borrachera, había ordenado a sus súbditos que arrasaran la ciudad por los excesos de sus habitantes. Y hoy tenía mucho trabajo por hacer. Tenía a catorce millones de personas pendientes del juicio final.
Pero lo peor era aquella maldita resaca.
Negro
En la noche más negra que los tiempos recuerdan, el hombre llegó a su hogar.
Encendió una lumbre que la oscuridad se tragó.
Era extraño.
La luna llena estaba en el cielo.
No podía verla. No iluminaba lo más mínimo.
Pero sabía que estaba allí.
Era extraño.
El fuego que el hombre había encendido en su hogar le calentaba, pese a su negro color.
Tampoco podía verlo.
Pero ahí estaba.
Era extraño.
Aunque en cierto sentido, era lógico.
La edad no perdonaba, y el Hacedor, que ya tenía nos cuantos miles de años, se estaba quedando ciego.
Por Juan Antonio Hidalgo.