Andrea se refleja en un reborde del asiento y se relame un lento estallido de sangre del labio inferior. El avión ha aterrizado.
Estoy en la terraza del apartamento. Es un ático. La ciudad no tiene ningún tipo de identidad. No recuerdo por qué vivimos aquí. Tomo café. Leo el periódico. Vomité por última vez hace unos minutos. Eso me ayuda a sentirme más ajeno al mundo.
Reconozco el eco del aeropuerto, ese gran estruendo de fondo que aspira a ser algo internacional. Es Stephan y parece ebrio, habla con la boca torcida. Saluda con acento raro, pregunta por Nicole. Apuesto por ginebra.
Se estrangula la comunicación: ruido. Alguien ha enredado el cable del teléfono en algún punto intermedio, seguramente para asfixiarse lentamente o para cortarse la circulación de los dedos.
Tras la pausa, su voz regresa brillante y tensa la línea de pura nitidez. “Esta noche iré a cenar con vosotros”, dice. “Tengo muchas ganas de verte, hermano”. Pierdo, ha sido ron. O, peor, ha mezclado de todo.
Una semana antes, Andrea me llama por teléfono. Nicole no estaba en casa. Recuerdo la conversación palabra por palabra. La tengo anotada en un cuaderno pero no necesito revisarlo. No mencionó una visita a la ciudad.
Nicole escucha por accidente –mientras sintoniza una mezquina emisora local- una canción de los primeros discos. Es como un puñetazo que se merece y que recibe con una sonrisa llena de sangre. Todas las canciones de la banda hablan de Andrea.
Fue antes de un concierto. Lleva unos meses haciéndolo. Me llama y me cuenta la última película que ha visto o, a lo mejor, cómo la miraba el último gatito que atropelló con el coche. No soporta cantar las letras de Stephan, prefiere los primeros discos.
Nicole no me deja tener los discos de la banda en el apartamento. Siempre acaba por encontrarlos, en los armarios, bajo la mesa de pingpong, como si fueran los cigarrillos de un adolescente.
Un par de veces por semana voy al centro comercial y compro algún viejo cedé solo para oír la voz de Andrea. Los pongo en el coche un rato, mientras conduzco. Después los arrojo en una escombrera de camino a casa.
Nicole no sabe que Andrea y Stephan vienen a cenar al apartamento. Yo tampoco sé si viene Andrea, así que simplemente no hago nada. Dejo que todo se precipite. En cualquier caso, hago reserva para tres en un pequeño restaurante en las afueras con la esperanza de que seamos cuatro. De que seamos dos.
Nicole abre la puerta como si esperase agarrar la bola con un guante de béisbol. Abraza a Stephan con cuidado. No le pasa inadvertido que parece un anciano. Nicole está más encantadora que nunca. Es su forma de vengarse por anticipado. No quiero levantarme del sillón. Stephan se acerca cojeando y me dice que Andrea no ha podido venir.
Al final estamos cenando los tres en el apartamento. Nicole controla la conversación y evita ese nombre sutilmente. Stephan confunde varias ciudades por las que asegura que han estado de gira, entre la ensalada y el plato de pescado. No me atrevo a preguntarle a Stephan dónde está Andrea. Creo que no quiero saberlo.
Andrea mira desde abajo el bloque de apartamentos. El ático está iluminado. El plan es desesperado pero sabe que en el apartamento hay canciones sin editar de la primera época del grupo. Si Stephan no se pasa con el vino tiene alguna posibilidad de conseguirlas. Sube en el ascensor pero no tiene valor para pulsar el timbre.
Empieza a llover y Andrea intenta buscar un sitio donde refugiarse. Las cafeterías del barrio de clase alta están cerradas. Se aleja buscando un desagüe de la autopista para ponerse a cubierto. Cerca hay una escombrera.
Sé que no volveré a ver a Andrea. Seguramente está ahí abajo, en algún lugar de la ciudad. Stephan dice que no ha podido venir, que está en Londres, grabando en el estudio, pero sé que está abajo, quizás en el mismo recibidor del edificio, quizás a punto de llamar a la puerta. Tal vez solo tendría que coger el ascensor y plantarme frente a ella. Decirle qué.
La lluvia moja las botas de cowboy de Andrea, guarecida en una enorme tubería donde el agua empieza a subir. La corriente crece de repente y varias carátulas de sus últimos discos empiezan a pasar junto a ella arrastradas con fuerza por el agua.
Han pasado dos años. Tomo café. Leo el periódico. Vomité por última vez hace unas horas. En el centro comercial vi la portada del primer disco en solitario de Stephan. Sale una tubería emergiendo del suelo. Retengo esa imagen: la tubería llena de agua, el cuerpo blanco. Vomité por última vez hace unos minutos. Nicole pone el disco en casa a todas horas, dice que le encanta. Reconozco con una punzada de terror esas viejas melodías. Yo las compuse. Eran para Andrea.
Por Davor Bohórquez.
Qué bueno, tío.
Genial!!!
Rezuma rock por cada letra. Esa estructura circular, ese vómito que casi parece el puente antes de un estribillo.
¡Genial!
Gracias a todos! Sois muy amables!