Si fue sin querer, si ni me di cuenta siquiera, si estaba allí y no supe cómo había llegado.
Si el tiempo es relativo y un instante puede abarcar un año o un siglo o una eternidad y el espacio se curva y también es relativo, y en una calle puede haber una plaza, un puente, un volcán, un glaciar o un hemisferio.
Si fue una conducta impropia o acaso un acto de cobardía vil, mezquino y ruin que en una familia bien considerada, de la alta sociedad, alguien como yo fuera arrojado de su seno, separado, repudiado, ocultado al poco de nacer por deforme y grotesco sin que por ello, contrariamente a lo esperado, creciera en mí deseo alguno de venganza, sino que más bien acepté mi destino en la esperanza de hacerme más fuerte, y resignado me entregué a él y fui alimentado por una hembra de la especie más cercana a mi aspecto, una cucaracha-tortuga que vivía a sueldo, mísero, en nuestra propia casa, oculta en una buhardilla de arriba, a la que quitaron el hijo para colocarme a mí en su lugar y así conseguí salir vivo y llegar hasta los ciento diecinueve años y parecer, como para todos aparento, que solo tengo veintiuno.
Si me pediste que lo dejara, que fuera a otro lugar más conveniente en el que pudiera pasar desapercibido, no molestar ni ser estorbo para nadie y pese a todo, y sin saberlo, yo llegué hasta allí y pedí que me abrieran y lo hicieron y me invitaron a que bebiera aquello que servían y que tomé sin rechistar siquiera y pedí más, y más me dieron.
Si había luna llena, en plenas fiestas por la muerte y resurrección, y me acogieron gustosos los que no me conocían, y me alzaron en su nombre y me subieron a lo alto y ante todos estuve bien, y bien visible todo el tiempo, con unos y con otros alternando, aunque allí yo no pude ver, ni oír, ni oler y aun así fui atado, clavado, elevado hasta que ya de día el disco masivo del sol nos quemó las pestañas, las yemas de los dedos, nos dejó ciegos y nos empujó a amarnos así como lo hacemos, a puro fuego, a arder en definitiva, a consumirnos y a ser ceniza cuanto antes.
Si no lo hice yo solo, si otros lo hicieron conmigo, ahora que ya Mesopotamia es Iraq y no queda más remedio que seguir en este planeta porque no podemos ir a ningún otro y si me arrojan de nuevo porque de nuevo sobro, tal y como hicieron en su día, te suplico que, tras esta nueva fiesta de la que participo y a la que sin saberlo me has convocado, me dejes que me pierda por la calle, que me pierda entre el infinito número de los demás seres que existen, entre los coches y el tráfico, las aceras, las casas, los edificios, las alcantarillas y que después de las sirenas de la policía, de las ambulancias y los chirridos metálicos de los frenos y de los neumáticos, tras la gran explosión, dejes que llegue al fin mi cuerpo al polvo y que sean las palabras que me han traído hasta aquí, a estar junto a ti, a esta hora terminal, las que finalmente, esculpido y frío, en la piedra viva, dejen mi nombre recordado para siempre. Vale.
(Fin)
Por Ricardo Muñoz Carrión.