Del vino blanco se pasó al tinto sin contemplaciones. Su problema con la bebida era el menor de sus problemas. Había decidido celebrar su fiesta de cumpleaños con todos los años vividos y allí se encontraba, contemplándolos uno a uno entre trago y trago.
Los infantiles metían los dedos en la tarta y chillaban sin cesar, mientras los adolescentes escribían versos absurdos en las servilletas. Él los miraba tratando de hallar un hilo de conexión con ellos, pero no logró reconocerse en ninguno de sus años pasados.
Cuando llegó la hora de soplar las velas, todos se evaporaron, como si se hubieran colado en una fiesta ajena. Todos, salvo uno que acababa de llegar, con el que al menos le unía una gran borrachera.
Por Sara Coca.