El ritmo del jadeo que le llegaba del teléfono hacía trabajar la curiosidad y la especulación de Dani. Lo más probable es que Irene estuviese subiendo una rampa mientras hablaba, pero quién sabe.
-Entonces, ¿te apuntas?
-Qué va, hija, mejor no. No me apetece.
-La inapetencia es la lacra más feroz de la humanidad. -Ahora sí la intermitencia y el sofoco resultaban delatores.
-Pero, ¿qué dices? ¿Ya estás con tus chaladuras de niña superdotada?
-Imbécil. Eres un huevón. Pues si no quieres, tú te lo pierdes.
Daniel estaba reventado de ver en las pelis cómo la amistad chico-chica se iba al garete cuando él confesaba su deseo de penetrar más allá de la confianza y el cariño mutuo. Empeñado en desmontar el mito, estaba dispuesto a escarmentar en cabeza ajena. Estaba decidido a que ella no se enterase. A fuerza de ocultar sus sentimientos, estaba logrando un alejamiento sin precedentes de aquella a quien deseaba. Esta vez, ante la picada de la dignidad, el dragón movió la cola.
-Está bien. ¿A qué hora? ¿Dónde?
-¡Ese es mi chico! Mira, yo estoy llegando a casa de Anabel. ¡Ah!, que me ahogo, ya sabes que vive aquí arriba del parque. Hablo con ella en cuanto llegue y te digo.
Quedada con Irene y Anabel. Tomaría tila y Aquarius. La barba de no haber salido en tres días se volvió perfecta. Lo mismo alguna decidía publicar algo en las redes y entonces todos lo sabrían, y sería envidiado por unas horas, quizás algunos días si sabía gestionarlo. El sol, ¿se ponía ahora o salía?
Quería ser el primero en llegar, jugar con ventaja. Primer fallo, y mira que había bajado del autobús con el pie derecho. Irene ya estaba allí. Sin preámbulo, se encontró a solas con su musa; Daniel quería mostrarse seductor y dibujaba pilares que exiliasen su nerviosismo. El que ella seguro percibió cuando le dio los dos besos de bienvenida, aunque no dijese nada. Fracaso. La torpeza ganó y malgastó esos primeros y únicos minutos de pareja preguntándole por exámenes y deberes. Cuando se hizo el trío, tuvo un interno acceso de rabia.
Anabel tenía un encargo de su madre, ir a la pastelería de La Grassoneta a buscar un par de tabletas de turrón del duro, ya debían de tenerlo disponible. La comitiva hizo la faena antes de abrir el mundano melón de la convocatoria: ir a una tetería árabe a planear su actuación para la fiesta de Navidad.
Como las patas de un banco, se pusieron en torno a la pequeña mesita de madera ricamente decorada con figuras geométricas. Aunque los sillones y cojines invitaban a recostarse, los tres se sentaron casi al filo del asiento, apoyaron los codos en las rodillas como si rindiesen culto a las tabletas de turrón que Anabel había dejado en el centro.
-¿Está bueno este? – .Había que romper el silencio, y Dani era el hombre.
-Te puede destrozar una muela, pero a mis padres les encanta. Lo compran todos los años.
-Mira, Dani – entró cortante Irene – .Quiero… queremos contarte algo. Lo de la actuación de Navidad era solo una excusa para que vinieses.
Daniel retiró la cucharilla de mover el té y se armó de cuchillo y tenedor. Cada vez que había visto a una mujer ponerse así, había que agarrarse los machos. Y los ojos verdes de Irene eran taladros hasta sin proponérselo. Tragó el nudo con cuidado para disimular la nuez en el ascensor.
-¿Qué pasa? -Alentó a las chicas con las manos. Los ojos de ellas se encontraron y los de Dani jugaban al tenis. La habitual seguridad de Irene se escondió en la mochila. Anabel intercedió:
-Aunque tienes tus puntos raros – trató de distender – la verdad es que te queremos, Dani, y tienes que saberlo, antes que nadie, tienes que saberlo.
-Tienes que saberlo. – Irene encontró hilo – .Estoy enamorada, Dani. Anabel está enamorada. – Una sonrisa de luz brotó en los rostros de las chicas.
-Así es. Estamos enamoradas –confirmó Anabel. Los nervios corrieron a sus manos que necesitaron de contacto físico. El encuentro de miradas supo a beso.
Daniel cerró la boca y apretó los labios a modo de pellizco
– Pero, pero, eso es fantástico, ¡joder, qué alegría!
-De alegría poca, Dani. ¿Cómo se lo vamos a decir a nuestros padres? ¿Qué van a decir en el instituto cuando se enteren?
-Espera, espera. Pero si es normal que pase, es natural.
La espalda de Anabel se enderezó.
– De eso nada. No somos tan progres por aquí como presumimos.
-No os preocupéis, encontraremos la manera. Entre los tres. Seguro que lo entenderán.
-Sabíamos que podíamos contar contigo, ¡muchas gracias, Dani! – En un respingo los labios de Irene alcanzaron la mejilla de Daniel.
La sonrisa bobalicona apareció como el brote tras la lluvia. Los dedos de Daniel se fueron a la cara para intentar retenerlo y desorientado, buscó algún punto de referencia, como el pasajero mareado en alta mar. Su mirada se topó con el turrón del duro que presidía la mesa, allí se quedó clavada, perdida.
Por Antonio Aguilera Nieves.
Señor autor hoy me has dejado tirada sin darme explicación. A que es debido a que has hecho un trío? Ya podías contar conmigo……
Turrón del duro que sabe a almendra amarga, de esa que se te queda pegadita en el paladar durante mucho tiempo. Que te anula un sentido.
Y tener que disimular, ponerle azúcar.
Dudo mucho que a Dani le queden ganas de ese dulce estas fiestas; se le ha atragantado sin oportunidad de catarlo, Irene incluída.
Pobret meu.