Mis desayunos son eclécticos. De lunes a jueves desayuno un café solo. Lo tomo a primera hora de la mañana, asomado a la ventana, llueva o haga frío o calor. Luego enciendo el único cigarrillo del día. De viernes a domingo el tema de los desayunos cambia, según la circunstancia. Esta tiene un nombre de mujer, distinto cada mañana. Sara; Eva; Vanesa; Lara. Según con quién despierto, así desayuno.
Una selección de tés y tostadas con mermelada de melocotón, significa que despierto junto a Cassandra. Si hay un tazón de Nesquik y cupcakes, es que he pasado la noche con Julia. Si hay una gran cafetera lista, estoy con Silvia. Macedonia de frutas y un batido de proteínas con leche de arroz, quiere decir que Noemí está por casa. Alicia prefiere el azúcar moreno; Laia endulza la leche con miel; Clara es muy fan de la stevia. Leche de soja para Ruth y de almendra para Mireia. Ágata es la que la quiere sin lactosa. Anna solo bebe leche fresca.
Mantener al día los ingredientes básicos es un esfuerzo; tengo la cocina llena de condimentos, pero sin comida de verdad. Así tengo la nevera llena de briks semi vacíos que termino por tirar y que tengo que reponer.
Esto de los desayunos no trata solo de comer. Es como uno de esos packs de experiencias completas con habitación, desayuno y un extra: un paseo en caballo; tiro con arco; meditación zen.
Ahora mismo Susana aún huele a Chanel nº5. Mientras su mano derecha está cerca de la taza -un cappuccino descafeinado- y su izquierda mantiene abierto el libro, me acerco a su cuello y aspiro: huelo el rastro de su perfume detrás de sus orejas, en sus clavículas y entre sus pechos. Ella sigue con los ojos fijos en el libro y su eterna sonrisa en los labios.
Un factor añadido al despliegue de medios para cada desayuno son las lecturas a la carta. Una especie de daño colateral. Tengo todo el salón repleto de revistas que nunca leo, pero que cada semana, quincena o mes debo actualizar. Jotdown, National Geographic -y su homóloga de historia-, Women´s Fitness, Vogue, Quimera, La Teatral…
Siendo sincero, me quejo de vicio. Todo este esfuerzo es nada en comparación con el resultado. Con ninguna de estas mujeres nunca puedo aburrirme en el tiempo entre irme a la cama y terminar el desayuno. Es como escoger para cada momento el plato que más me apetece degustar.
Si quiero a la pija refinada, es la hora de Silvia, la del café solo. Si prefiero a la intelectual con un toque nerd y fashion, entonces me decanto por Mireia y su té con leche de almendra. Si tengo ganas de ese punto punk, es el momento de Alicia. Si quiero añadir tatuajes, la mujer es Eva. Los cupcakes de Julia son para cuando quiero estar con esa mujer con un toque oriental y místico.
Tras los años y cantidad de historias fallidas hay tipos como yo que han dado con la misma solución. Por supuesto se trata de un tabú, un tema difícil de abordar. Y llega un momento en el que intentar entablar una relación da una pereza infinita. Sufrir lo que pueda durar una cena o tomar un café, y poner ese esfuerzo en resultar vagamente interesante. «Murakami ya no es lo que era, ahora que todos lo leen…»; «JJ Abrams tiene sus momentos, pero también sus limitaciones…»; «Este año el Primavera tiene unos cabezas de cartel interesantes…». Es tan agotador que me siento exhausto solo con imaginarlo. Y, al final, lo peor no es un plantón; lo peor es que la cosa tire adelante y aguantar ese equilibrio imposible durante días, meses o el resto de la vida. «Sí, a mí también me preocupa el ciclo reproductivo del oso panda en cautividad…». Bostezo. La ironía es pasar de estar solo y aburrido, a sentirse solo y aburrirse junto a alguien.
Tarde o temprano te planteas recurrir a los beneficios de una profesional. Consultas anuncios, blogs personales y foros con experiencias. Ves la carta de sus servicios y descubres el concepto girlfriend experience: acompañamiento a una cena, copa, baile y hasta visita a un museo. Luego viene el polvo, claro. Pero, en el fondo, no deja de ser la misma pequeña pieza de teatro para dos personas; tú finges ser un Valmont y ella finge caer rendida a tus pies; además hasta el sexo se vuelve aburrido: no es más que la mecánica básica para correrse y sentirse aliviado. Y, joder, no se paga a una puta para luego acurrucarte junto a ella y suspirar al unísono mirándose a los ojos.
Cuando todo lo que has intentado tener ha hecho aguas… Cuando intentas construir y lo único que sacas es aburrimiento y pereza… Si el sexo ya te da igual y te importa una mierda cualquier tipo de subtrama romántica… Si estás en este punto, pocas opciones te quedan.
Es entonces cuando recurres a Vanesa, Lara, Eva y Cassandra. Pasas la noche con Julia, Silvia, Noemí y Alicia. Le preparas el desayuno a Laia, Clara, Ruth, Mireia y Ágata. Sorbes tu café mientras Anna, Natalia y Susana leen.
Todas ellas son la pareja ideal. Mujeres que nunca te defraudarán; mujeres a las que nunca defraudarás. Alguien que nunca hará preguntas; que jamás te juzgará. Es el sentido práctico lo que lleva a poder elegir entre tan variadas mujeres. Puedes decir lo que piensas, o no decir nada en absoluto. No hace falta disimular, ni deslumbrar. Ninguna de ellas va a influir en nada. Fuera de estos momentos puntuales, estas mujeres es como si no existieran.
Y, para cuando terminas el desayuno y recoges la mesa y la cocina, con delicadeza, con mucho cuidado, les quitas la ropa, les lavas el maquillaje, las deshinchas y las guardas en su armario hasta la próxima ocasión.
Mis noches y mis desayunos con las barbies de goma.
Por Roger Mesegué.
Me ha encantado