Estamos acostumbrados a que las cosas más bellas, las que más amamos o las que más admiración nos producen sean frágiles. O quizás somos nosotros los que nos volvemos frágiles antes ellas. O más bien las hacemos frágiles de tanto usarlas, manosearlas o quererlas.
Lo mismo pasa con las personas. Lo mismo me pasó contigo desde que tuve uso de razón. Vi tu belleza, la que se muestra y la que en ti habita; te amé hasta el infinito y te admiré por reconocer lo desconocido que eras, incluso para ti mismo.
El mundo me contaba el otro día un secreto mientras se tomaba un respiro. Le pillaste de improviso. Esperaba tu sonrisa, por la que sabía que pararía de vez en cuando de dar vueltas, para quedarse a verla. Esperaba tu mirada, curiosa y a la vez temerosa, dudosa de lo que puede dar de sí una vida, o dos. Esperaba tu energía, paralizada, encarcelada, por la que habría que pagar varias fianzas.
Confesiones de cafetería, donde el mundo me contó que le pillaste de improviso. No le dio tiempo a cuidar de tu inocencia que, como todas, debía ser robada. No llegó a tu dieciocho cumpleaños y, quizás por eso, nunca creciste como debiste. Y aún le estás esperando.
Este mundo te esperaba como un niño soñador, de inteligencia feroz, humor vivaz, creador de castillos sin puentes. Aislado de bullicio, rumores y gentes. Porque tú eres de individuos, de historias vivientes. Y lo demás… pues que lo coja algún superviviente. Tú no tienes problema y aborreces la pelea. Sientes y denuncias, escuchas y respetas. Te va el individuo y su historia viviente.
Pero al mundo, tu fragilidad, le pilló fuera de juego. En ti, en lo que tocas, en lo que haces o en lo que dices, por alguna razón o por ninguna, hay belleza. Y por eso se te ama hasta la sobreprotección y, a veces, hasta la asfixia, como la duquesa se encadena a sus joyas, como el amante a su infiel amor, como el trepa a su labor, o como una madre. Sin control.
Y por ello, sobre ti se derramaron muchos de nuestros deseos, anhelos y expectativas. Por tenerte cerca, y controlado, el mundo te ató con los suaves lazos de la sociedad, terca. Que hace frágil lo que ama, por usarlo y manosearlo. Y pesa.
Por ello, tenerte lejos es lo mejor, hermano.
Libre.
Aunque duela.
Por Mawi Justo