Yo no buscaba aquello.
No era el calor de la compañía
de otros lo que iba a curarme de cualquiera que fuera
mi mal.
Ella no buscaba aquello.
No era un techo bajo el que cobijarse
de la lluvia lo que iba a evitar que cayera en cualquiera que fuera
su mal.
El niño no buscaba aquello.
No era una dura cama de madera
sin colchón lo que iba a curarle de cualquiera que fuera
su mal.
La quinceañera no buscaba aquello.
No era una estancia compartida con desconocidos
sin electricidad lo que iba a evitar que cayera en cualquiera que fuera
su mal.
El anciano no buscaba aquello.
No era un sitio aislado, húmedo,
frío, lo que iba a curarle de cualquiera que fuera
su mal.
Y, sin embargo, allí estábamos.
El anciano, la quinceañera, el niño, ella y yo.
Mirándonos. Enfermos.
Temblando de miedo por no poder curarnos de cualquiera que fuera
nuestro mal.
Allí estábamos.
Formando un círculo inesperado
donde nadie lo había buscado.
Donde nadie nos buscará si al final caemos en cualquiera que fuera
nuestro mal.
Y, al final,
la cabaña se convirtió en un hogar.
Por Rosa Montero Glz.
Muy bueno Rosa, me ha encantado!