Cuando los restos de almendra se refugian
en los espacios interdentales de la boca, no
hay retorno posible.
Sobreviene una lucha encarnizada con la lengua
como protagonista.
Pasan las horas y no existe hilo de pescar
ni árbol hecho palillo que pueda liberarte de
esa agonía vital.
Las encías se convierten en hogar de partículas
nacaradas que en los días más fríos son como islas
abandonadas.
Mis padres murieron con la boca casi vacía de molares,
quizá por eso despreciaban el turrón duro que venía
de regalo en el lote de empresa.
Hubo una navidad en la que fui niña y los reyes magos
me trajeron instrumentos musicales. Un año de solfeo
y poca cosa más. Turrón variado y cagatió, caga turró*.
Círculo vital: nacer y morir de la misma
manera que llegamos. Desnudos, sin dientes
y pequeños.
Mis padres eran amantes del turrón blando.
Sí, de ese de yema quemada que al entrar en
contacto con la saliva los ojos se convierten en
lunas llenas.
Hubo una navidad en la que fui niña y mi madre
me cortaba trozos de turrón, del blandito. Del que
ella mejor podía masticar.
Hubo una navidad.
*https://es.wikipedia.org/wiki/Ti%C3%B3_de_Nadal
Por Raquel Egea.
Raquel Egea , que maravillosa descripción, con cuanta dulzura narrada y algo tan real !!!!!, me encanto tienes un tremendo arte para sacar poesia donde parece que no existe . – Norma Martinez .