En algún lugar cerca del Sahel, una anciana con piel color ébano se encontraba sentada en su hamaquita hecha de hojas de palma, rodeada de su familia y amigos. A su lado estaba sentado un compañero de la región que nos ayudaba a comunicarnos porque no hablábamos la misma lengua. Y a su otro lado estaba yo, mujer blanca, joven por fuera y casi empezando a nacer por dentro, y con una grabadora en la mano que todos miraban como si fuera a salir andando de un momento a otro. Curiosamente, yo era de piel clara, pero mi piel estaba más sucia que la de ninguno de los presentes. Y, curiosamente, aunque yo era la única de allí que tenía “estudios”, solo sentía el peso aplastante de mis dudas.
En ese tiempo yo me dedicaba a hacer entrevistas a los curanderos de la región y toda la gente de los alrededores me había hablado de esta mujer, pero no sabía cuál era el secreto de sus prácticas con los pacientes. Ellos solo me decían que fuera a verla, que hablara con ella porque seguro que aprendería algo. Decían que ella no curaba solo el cuerpo, sino que también curaba tus enfados con el mundo. Es por eso que la llamaban “Yennuló”, que significa “la que comprende el mundo”. Algo así, como cabe imaginar, no es una línea terapéutica con la que un médico occidental esté muy familiarizado, pero quise visitar su casa.
La entrevista fue interesante, obtuve un buen documento de grabación, pero entonces la conversación dio un giro:
-Seeni, hemos visto que su especialidad es trabajar como matrona tradicional. Pregúntale si conoce otros métodos de dar a luz, como hacerlo en el mar, por favor – .Seeni era mi compañero y traductor.
-Es que hay un problema.
-¿Cuál?
-Que ella nunca ha visto el mar, no estoy seguro de que sepa lo que es.
-Ah… bueno, pues déjalo. -Vaya palo me había llevado. Había olvidado que estábamos en un país que no tenía costa, hablando con una mujer que probablemente no hubiera salido nunca de ese pueblo.
-Si me dejas unos minutos, se lo explico. Seguro que ella puede darte su opinión.
-Como quieras. -No era la primera vez que Seeni me proponía algo que, de entrada, me parecía completamente inútil, pero esa mujer me escuchaba hablar en mi lengua con todos sus sentidos, y si yo le decía a Seeni que abandonara, ella lo sabría. Sabría que no le habíamos hecho todas las preguntas. Cuando una persona te escucha de esa forma, sabes que el idioma ya ha pasado a un segundo plano, ya estáis en un diálogo que no se puede controlar: el lenguaje de los gestos, el cuerpo y la energía. Yo no tengo ni idea de si eso realmente tiene lugar, o de si existe evidencia científica sobre ese tipo de comunicación, pero ante los curanderos y la gente que ha vivido bajo el techo de la naturaleza te das cuenta de que la relación interpersonal está llena de mensajes difíciles de explicar, de canales difíciles de identificar. Tan solo existe la certeza de que, cuando dos personas se sientan a hablar, lo logran, sea de la forma que sea, y siempre gracias al misterio que las mantiene unidas y que las ha llevado hasta ese momento.
Seeni le dijo algo a la mujer y ella estuvo varios minutos explicándose con todo lujo de detalles. Tras diez minutos de apasionada exposición, la interrumpí:
-Seeni, por favor… ¿qué te está contando esta pobre señora, si dices que nunca lo ha visto? Está anocheciendo.
-Me está contando los poderes que aporta el mar cuando un niño nace sumergido en él. Si quieres, nos vamos. -Me quedé atónita y, con cara de besugo, hice un claro gesto de negación con la cabeza. Me mataba la curiosidad.
-Dice que el mar es un manto sagrado. El Creador lo dejó en la tierra para nutrirla y, como manto que es, siempre ondula gracias a los vientos. Bajo ese manto fueron creados los cuatro puntos cardinales y dice que, por eso, los niños nacidos del mar tendrán una mente equilibrada y serán justos en la toma de decisiones. También serán buenos a la hora de interpretar los signos, ya que el mar es el medio que usa Dios para transmitir sus mensajes a los hombres. Los hijos nacidos del mar no serán sanadores, pero sabrán identificar sus dolencias y las de otros, lo que ayudará a que se curen o a que ayuden a otros a curarse más fácilmente. Estos niños serán frágiles durante los primeros años, como el agua que se escurre entre tus manos, pero serán resistentes y tenderán a trabajar en grupo para ser más fuertes. Los hijos nacidos del mar tendrán problemas de piel, probablemente, pero nunca padecerán problemas circulatorios ni sufrirán carencias de vitaminas ni minerales…
-Para, para… Dame un respiro. ¿Cómo sabe ella todo eso si nunca ha visto el mar? Tú y yo sabemos que este país no tiene costa, y esta mujer no parece que haya viajado mucho…
-Debes recordar que en este país la palabra “conocer” no significa lo mismo que en el tuyo. Esta mujer tiene una unión muy fuerte con la tierra y con todos los procesos naturales que tienen lugar en ella. Para esta mujer, la tierra es su familia. En nuestras familias, puedes tener un sobrino al que no has visto nunca, pero sabes cómo es espiritualmente porque conoces bien a sus padres, a tu hermano y tu cuñada.
-Comprendo… ¿pero crees que podría saber más cosas si la lleváramos a una playa y pudiera verlo?
-Ella siente que ya lo conoce bien, mejor que quien lo ha visto varias veces, lo ha escuchado, acariciado y se ha bañado en él. Además, no sé si te has dado cuenta de que ella no lo ha visto ni lo verá nunca. Es ciega.
Por Mawi Justo.