Pleistoceno inferior, garganta de Olduvai, actual Tanzania, un ejemplar macho alfa de Paranthropusboisei da unos pasos por delante de su manada y en medio de la charca se encuentra con otro ejemplar macho alfa, al que llamaremos macho alfa prima. La situación lleva siendo insostenible varias semanas y hoy llega a su cénit. Algunos machos inferiores de ambos clanes han luchado por un sitio privilegiado donde saciar la sed hasta perder algún trozo de oreja o algún diente; las hembras enseñan sus colmillos, olvidan a sus crías y están cada vez menos receptivas con las atenciones de sus parejas masculinas. A esto se añade la escasez de matorrales de fynbos en este momento del año. Macho alfa se erige en bipedestación y macho alfa prima responde con el mismo gesto y con un grito gutural que hace agitarse a ambos clanes de ambas orillas de la charca. Los machos tullidos, ancianos o timoratos fanfarronean los unos contra los otros pero sin dejar de mantener una distancia prudencial. Arengan a sus líderes en las retaguardias. Las hembras salivan y dan vueltas sobre sí mismas en una apoteosis histérica. Hoy tiene que decidirse quién es el dueño de la charca y del matorral. Macho alfa acerca su cabeza a macho alfa prima, enseñan dientes y comparten fétidos alientos a un milímetro de la pelea. Macho alfa prima aprieta sus puños, tiene armado su golpe de derecha mientras macho alfa acumula testosterona y adrenalina en la musculatura de sus piernas para saltar sin previo aviso sobre su adversario. Coro de rugidos. Pero justo cuando la tormenta de sangre va a estallar, rompe un rayo de sol entre ambos, se detienen, un extraño peso se les acumula dentro de los cráneos a ambos homínidos, se miran a los ojos y sus facciones se relajan misteriosamente. Bajan sus pechos todavía henchidos de aire violento y, cumpliendo algún extraño milagro de la naturaleza, ambos se vuelven sobre su grupo y, con novedosos e inauditos aspavientos jamás vistos en la faz de la tierra, disponen a partes iguales a sus clanes y de repente hay sitio para todos y un insólito y confortable calor crece dentro de los homínidos, un calor al que todavía no saben ponerle nombre.
Bahía de Elie, Escocia, octubre de 1736. Rhys Brown ha decidido no acostarse en toda la noche, encontrando refugio en la taberna de Rose Marie Wise hasta que el amanecer ha traído su olor. Logan Boyke, por el contrario, ha dormido a pierna suelta; cayó como un tronco en cuanto se deshizo de sus botas y de su levita y sus ronquidos podían oírse con nitidez en el salón del piano de la casa de camas donde vive desde que volvió del ejército. Dos formas respetables de encarar la muerte. Llegan casi a la par al espigón donde el mar está bramando como si quisiera ahogar a toda la humanidad. Hay niebla, el sol no es más que una promesa que no termina de cumplirse. Los padrinos ya están allí cuando llegan los duelistas. Pareciera como si hubieran pasado toda la noche velando en el lugar del encuentro, con las pistolas bien cubiertas en sus cajas de madera, calculando la velocidad del viento, la firmeza de las piedras. Los duelistas se saludan con una inclinación leve de cabeza. No se odian. Tampoco se temen. Es más, los dos intuyen que hay más respeto cercano a la admiración que cualquier otro sentimiento entre ellos. Cargan la munición, pañuelo que cae y dos estruendos en uno. El mar parece que se detuvo un segundo para dejar que las pistolas sonaran hacia las montañas. Rhys Brown está de pie. Logan Boyke está de pie. Se miran las mangas, se miran las piernas. Se miran el corazón. No hay sangre por ningún lado. Incómodo entusiasmo en ambos. Buscan las balas con la mirada, no entienden qué ha podido pasar. Son dos buenos tiradores. Quieren darse la mano pero se deciden por el silencio. No hay revancha. Las deudas están cerradas, el honor recompuesto. Primero Rhys Brown y su padrino se deslizan colina abajo hacia el pueblo. Logan Boyke y su padrino prefieren quedarse a esperar al sol. Los registros de la saga Brown destacan a Jason Brown, asesor del presidente Lincoln y parte del grupo de redactores de la Decimotercera enmienda, a Ruth Brown, sufragista, a Robert Brown-Elie, cirujano jefe en la Enfermería Real de Perth y especialista en amputaciones de gangrena; mientras que los Boyke dieron al mundo madres rollizas y generosas en descendencia, la saga sureña de los Boyke que yodó las aguas de la región de Lothian y redujeron dramáticamente los casos de bocio así como al capitán Michael Boyke, condecorado con la Orden Imperial de la Luna Creciente por su heroica acción en la batalla del Nilo, en la que salvó a más de cien hombres de una muerte segura.
Olímpico de Sao Paolo, Amarillo F.C contra Azul Internacional, final del campeonato, diciembre bochornoso. Cero a cero en los noventa minutos más la prolongación. Tanda de penaltis cero a cero, inédita situación mundial, nueve fallos de nueve y último lanzamiento para Nazario frente a los guantes de Fidel. La grada se resume en un solo clamor. Es un único pecho partido en dos pulmones, uno amarillo, el otro azul. Nazario, cincuenta y seis veces internacional, dos copas Libertadores, siete ligas; Fidel, llamado así por las esperanzas libertarias de su madre, tres ligas, quince veces internacional con las inferiores, recién casado con Regina Bernice, presentadora de televisión. Nazario marca, gana Amarillo, Fidel despeja, muerte súbita. Nazario se detiene un segundo, antes de lanzar, en la frase hecha, “maldita frase hecha, muerte súbita, quién fue el iluminado, por Dios, mezclar la muerte con esto”. El mediapunta mira al número uno rival, en un segundo se entienden, “esto es una señal, esto no es normal, este es un partido que ya ha terminado”. Fidel sabe que es su responsabilidad. Nazario quiere lanzar el balón al aire, a un costado, contra aquel anuncio de Brahma. Pero sería más creíble que fuera Fidel. Y el balón sale a la izquierda, las televisiones no terminan de aclarar si el esquivo gesto de Nazario guardaba algo de complicidad con el eterno enemigo pero “sí, señores y señoras, lo nunca visto, Fidel a mano cambiada despejó el balón y el cero a cero sigue sin moverse en el luminoso, nadie quiere ganar, nadie quiere perder, que baje Dios y lo vea, señoras y señores, que venga Dios y…”. Nazario da unos pasos hacia la portería. Le tiemblan las rodillas. El cansancio. Lo inaudito. Fidel conoce exactamente lo que tiene que hacer. Da sus pasos, se saca los guantes y dentro del área pequeña se dan la mano portero y ariete, azul y amarillo, 120.000 personas, van a romper la historia, por una vez ambos colores saldrán a celebrar el triunfo, “vayan cambiando las normas porque de aquí no pasamos, fue casi una intuición. Han buscado dinero, rastreado apuestas, maletines ocultos pero no había nada de eso. Aquello tenía un guion cerrado. Empate a cero. Dos ganadores. La gente se merecía algo así…”, declaró varias semanas después Nazario en su retiro de Salvador de Bahía.
Por Álex Prada.