Tenía la cabeza tan bien amueblada, que no necesitaba ningún diván para sentirse equilibrado. Siempre le daba la importancia justa a cada problema y jamás ninguna preocupación le había hecho perder el sueño.
Sin embargo, era consciente de que al fondo del pasillo contaba con una estancia que debía permanecer cerrada bajo llave. Adentrarse en aquel oscuro cuarto repleto de montañas de tierra hasta el techo, era algo que él mismo se había prohibido tajantemente.
Por eso desconocía que, en el interior de ese lugar, todos sus miedos y tabúes se turnaban día y noche para cavar un hueco que terminaría por desembocar en su dormitorio. Allí donde nada le hacía perder el sueño.
Por Sara Coca.