Encontraron el cuerpo con un balazo en la boca, desfigurado. Sentado del otro lado de la habitación, congelado por el estupor, el homicida sostenía el arma humeante. Sin apartar los ojos de la víctima, mantenía en la otra mano su pañuelo. Podría parecer que estaba borrando sus huellas de la pistola, pero, en cambio, mantenía la misma posición que antes del disparo. Tratando de volver atrás en el tiempo, preguntándose de dónde había salido ese estallido, intentando adivinar por qué Federico se había caído de espaldas. Incrédulo ante la bala que había entrado en su amigo.
Acarició los barrotes lentamente para sentir la dureza, la frialdad, la oscuridad. La policía lo encerró en el calabozo cuatro días, pero el escritor Horacio Quiroga jamás salió de allí.
Repasó mentalmente su Diario de viaje a París. Derrotado por no cumplir aquel sueño, con la barba que mantendría como signo, lo único que se trajo de Europa. La humedad del calabozo era similar a la del barco en que tuvo que volver, en tercera clase. Recordó que al bajar, de pie en el puerto, estaban sus amigos Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José Hasda y Asdrúbal Delgado. Fundó con ellos el «Consistorio del Gay Saber», un laboratorio literario experimental donde todos ellos probarían nuevas formas de expresarse y preconizarían los objetivos modernistas. Sintió que fue su salvación como escritor. Su nuevo grupo presidió la vida literaria de Montevideo.
Se sentía en deuda con esos poetas que lo admiraban, le daban un sitio, lo escuchaban. Recuperó la alegría por completo cuando en Buenos Aires publicaron su libro de cuentos y poemas Los arrecifes de coral. Pero el escritor parecía estar acompañado por una sombra negra. Prudencio y Pastora, sus hermanos, morían en el Chaco por fiebre tifoidea. Quienes lo comparan con Poe podrían escribir sobre la maldición que parecía perseguirlo. Sin embargo, como ya había pasado con los suicidios de su padre y su padrastro, sus desgracias parecían no tener fin.
Al año siguiente el periodista montevideano Germán Papini Zas realizó un feroz crítica al poeta Ferrando que, indignado, lo retó a batirse a duelo. El crítico no aceptó. Permitió una nota de desagravio pero, al poco tiempo, volvió a insultar a los modernistas con otra nota titulada «El de la triste figura», insultando esta vez a Eliseo Ricardo Gómez, íntimo amigo de Ferrando y Quiroga. Fue demasiado para Federico, que decidió volver a retar al periodista. Para él, idealista de la amistad, esta vez no había marcha atrás. Pidió a Héctor, su hermano, que le comprara una pistola. Este fue a la armería y le trajo una de dos caños, sistema Lafouchex, de 12 milímetros, y aprovechó para pasar por lo de Quiroga y ponerlo al tanto del duelo inminente.
Esa nefasta noche, Horacio fue a convencer a su amigo para que olvidara aquel asunto. Al verlo tan furioso, decidió enseñarle a usar la pistola. Luego de hablar a fondo sobre el tema se sentaron frente a frente, hablaron de la vida y hasta bromearon sobre la muerte. Horacio comenzó a limpiar el arma de su amigo que fumaba mientras observaba al escritor pasar el pañuelo por cada parte del arma.
El resorte del seguro aparecía demasiado duro. Quiroga cerró los dos caños para probarlo. En ese momento se escapó un tiro.
Apenas se sintió un grito. Horacio creyó haber saltado sobre su amigo, pedirle perdón una y otra vez. Hubiera jurado que corrió hasta la casa de su otro poeta del Consistorio, Brignole, que era practicante de medicina. En cambio fue Héctor, el hermano de la víctima, quien realizó todas esas acciones. Horacio se quedó congelado hasta que se lo llevó la policía.
Federico Ferrando, poeta y bohemio, estaba muerto y su prometedora carrera literaria, terminada. Eliseo Ricardo Gómez, escribió en El Tiempo: «Luego del luctuoso suceso, toda réplica es imposible; la única contestación que puedo darle a ese mal señor, Guzmán Papini, es que en lo sucesivo, cuando ataque, se mire en el espejo de su vida y mida respectivamente el grado de cultura que posee con la del que pretende herir».
Todo esto modificó la vida literaria montevideana. Ese periodista dejó de escribir, se reflexionó sobre la importancia de lo escrito. Los periódicos desmintieron que hubieran recibido algún reto a duelo. Luego del ruido, Horacio Quiroga quedaría señalado como portador de desgracias.
El sábado 9 de marzo de 1902, su abogado defensor, Dr. Manuel Herrera y Reissig, logró que Horacio Quiroga fuera dejado en libertad, una vez comprobado lo ocurrido.
El «Consistorio del Gay Saber» no sobrevivió a la pérdida de sus mejores animadores y sus miembros se dispersaron.
Acarició los barrotes lentamente para sentir la dureza, la frialdad, la oscuridad. La ventana del sótano de su casa en Salto apenas dejaba pasar el aire de la noche. Afuera la gente celebraba el año nuevo. Pero no importaba cuánto tiempo pasara, sus ojos siempre estarían en la oscuridad y el estupor de aquella tragedia.
Horacio Quiroga decidió irse a Buenos Aires. Dejar atrás Uruguay. Llevar consigo esa prisión en la que lo encerró aquel disparo accidental.
Por Joaquín DHoldan.
Excelente.-