Hombres absurdos siempre hubo. El primero fue un rey; ladrón y tramposo. El gesto inútil de su empeño forzoso no empaña la fuerza de su arresto útil. Y esta es la única inmortalidad a la que pudo aspirar. Este rey se conformó, o le obligaron; no sabemos, ni ahora ni en el futuro.
Hombres indiferentes siempre hay. El primero es el hombre de la mano seca; arquetipo y prototipo. Permite en silencio el acto bondadoso que trae pareja la condena del inocente. Es el paciente malintencionado, agente del malentendido. El hombre de la mano seca devora a sus hijos, pero come sin ganas.
Poetas siempre habrá. El penúltimo será también el hombre de la mano seca. Entonces cumplirá el rito y repetirá los gestos; imitará al dictado, remedará al diablo.
El hombre de la mano seca no es dichoso. Cómo podría serlo. Tan solo esboza una media sonrisa de navaja en la soledad de su caverna.
Por Fernando García Maroto.