—¿Ves ese agujero negro que te mira a los ojos? ¿Lo ves? Es el agujero del culo de la existencia. Por ahí te va a cagar la vida a la puta nada si no haces lo que te digo.
—Hay que reconocer que habla bien.
—Un poco recargado.
—Sí. Un poco recargado. Pero mírale la cara al otro. Está acojonado del todo.
—Tiene una pistola a un palmo de la cara.
—No me llores, cabrón. Te digo que no me llores. ¿Sientes eso frío que está apoyado en tu frente? ¿Vas a dejar de llorar ahora?
—A mí me ha gustado.
—Ya. Eh, mira eso.
—¿Qué le has hecho ahora, tío?
—No he hecho nada, joder. No he disparado.
—Ya sé que no has disparado.
—¿Entonces qué coño me estás preguntando?
—El tío está en el suelo, idiota. Algo le habrás hecho.
—Yo creo que se ha desmayado.
—¿Y ahora qué coño vamos a hacer para abrir la caja fuerte, imbécil?
—No me llames imbécil, gilipollas.
—Imbécil.
—No me toques los cojones, cabrón, o me lío a tiros y le dan por culo a todo.
—Hay que reconocer que acojona.
—El arma acojona.
—Mis cojones acojonan.
—Lo que tú digas. ¿Lo despiertas para que nos pueda abrir la caja fuerte?
—No, pringao. Lo vas a despertar tú, por enterado.
—De eso nada. Tú la has cagado, tú lo arreglas. Yo estoy vigilando la puerta.
—Me estás tocando los cojones demasiado: te aviso.
—Vale, vale. Tranquilos. Yo despierto al tipo. Intentad no liaros a tiros mientras voy al servicio a por agua.
—Podríamos olvidarnos de la caja fuerte y llevarnos el oro. El tío está dormido. No va a darle a la alarma.
—Ese no era el plan y la alarma sonará en cuanto rompamos las vitrinas.
—¿Y qué más da? Cogemos las joyas y nos piramos. A lo mejor no sacamos todo lo que teníamos previsto, pero seguirá siendo una pasta.
—Las joyas se rastrean. Necesitaremos esperar mucho tiempo para hacerlas dinero. Yo no puedo esperar y creo que tú tampoco.
—Yo no espero ni al autobús. Por eso te decía de coger las joyas y largarnos.
—Oye, no encuentro nada para llenarlo de agua. Ayudadme a llevarlo al baño. Le vamos a meter la cabeza en el váter, verás como eso lo despierta.
—Que te ayude él.
—No sabes con quién te la estás jugando, cabrón.
—Te lo digo de buen rollo. Vamos a seguir con el plan. Yo vigilo la puerta, vosotros lo despertáis y en una hora somos casi ricos.
—Venga tío, no te rayes. Ayúdame.
—Viene alguien.
—¿Qué dices?
—Que viene alguien. Rápido, metedlo detrás del mostrador. Que uno de vosotros haga de dueño. Venga, coño.
—Buenos días.
—Hola.
—Hola.
—Hola.
—Ehh… venía buscando… mejor… vuelvo más tarde, ¿eh?, se me ha olvidado…
—Tú te quedas aquí, cabrón.
—P-por favor, por favor, déjeme salir, no quiero saber nada, yo…
—Cállate, por lo que más quieras, o te vuelo la puta cabeza. Entra.
—¿Qué hacemos con el pavo este?
—Que te ayude él a llevarlo al servicio. Tú, vigílalos.
—No me des órdenes.
—Te lo pido por favor, ¿vale? Vamos a darnos prisa.
—Haré lo que me digan, yo…
—¡Qué cierres la puta boca o te hago otra, coño!
—Tranquilo, tío. El pringado va a portarse bien y a estar calladito, ¿verdad, pringao? Verás como en un momentín salimos de tu vida y te dejamos en paz. Así, asintiendo. Muy bien, muy bien. ¿Ves como no hace falta hablar? Solo hace falta que hagas lo que se te diga. Cógelo de los sobacos. Vamos. Joder, cómo pesa el colega. Un poco más. Ahora no lo sueltes, ¿eh? A ver si le vas a dar contra el suelo. Te ayudo. Cada uno de un brazo. Ahora, despacito, vamos a dejarlo sobre el váter. Cuidado, cabrón. ¡Cuidado!
—Hijoputa. Le has roto el puto cuello.
—Pesaba mucho, se me ha caído, iba a decirlo, pero…
BLAM, BLAM, BLAM, BLAM.
—No me mires así. Le dijimos que no hablase.
—¿Qué habéis hecho, joder?
—Le he pegado cuatro tiros, ¿qué pasa?
—…Nada ¿Y al otro?
—Al pringao se le resbaló al levantarlo y se ha roto el cuello contra el inodoro.
—Qué desastre. Reventad las vitrinas. Cogemos lo que podemos y nos largamos.
—¿Tú no vienes?
—Voy a cogerle el móvil al dependiente, por si le llaman de la empresa de alarmas. Para ganar tiempo.
—Como quieras.
—¿Está asegurado el local?
—Sí. No quedaba nadie vivo.
—¿Cuántos cadáveres?
—Cuatro: el joyero y tres atracadores.
—¿Solo había tres atracadores?
—Por lo que han visto los de la central de alarmas hasta que cortaron la señal, sí.
—Lo del joyero muerto lo entiendo, pero, ¿cómo han podido morir los tres atracadores?
—Al parecer el joyero debe haber sido el hijo secreto de Charles Bronson. Se cargó a los tres él solito.
—No jodas.
—La vida es una mierda.
—¿Una mierda? Ese tío es un héroe. Si todos fuesen como él, se acababan los atracos.
—¿Sabes cómo murió?
—¿Cómo?
—Resbaló y se rompió el cuello con el inodoro. ¿Entiendes?
—No jodas.
—Te atracan tres tipos, te las arreglas para que uno de ellos te acompañe al aseo. Le quitas el arma, le vuelas la cabeza, los otros huyen y te los cargas por la espalda. Y cuando crees que te has salvado, cuando estás resoplando hasta arriba de adrenalina, asumiendo lo que te acaba de ocurrir, resbalas con la sangre del primer tipo y te partes el cuello. La vida te premia un acto heroico con una muerte ridícula.
—Esta puta existencia es un montón de mierda que nos caga por un agujero negro cuando menos te lo esperas.
—Sí que lo es.
Por Thalcave.
Brutal el ritmo y la cadencia del relato.
¡Me ha gustado mucho!
Quería que fuese un relato en el que pasasen muchas cosas sin excederme (mucho) del límite de 1.000 palabras. Conforme fui escribiendo empecé a probar a no poner ninguna acotación a los diálogos (como si fuese una obra de teatro). Me pareció inteligible y encima incrementaba el ritmo.
Al final al no escribir ninguna acotación ni incluir ninguna descripción obligas de forma natural al lector a imaginarse todo lo que no se cuenta: el físico de los personajes, sus voces o el tamaño de la joyería.
Otro tema son las elipsis. Tú las has usado profusamente en tu último relato en el que prácticamente todo ocurre (y ocurrirá) fuera de lo narrado.
Yo solo uso una elipsis al final para que todavía pasen más cosas en el relato sin aumentar mucho su extensión y obligando al lector a deducir lo que realmente ocurre.
Es una elipsis muy inspirada (por no decir copiada) de “No es país para viejos” que es una mis películas de cine negro favoritas.
A mí también me ha gustado mucho, al principio, como dices, eché de menos acotaciones y alguna que otra intervención de algún narrador. Pero no, mejor así, ¡buen trabajo!
¡Vivan los diálogos sin acotaciones! :D. Muy chulo ;).