El año que cumplimos cuarenta, desayunamos trozos de esperanza fríos.
La mesa del comedor lucía, en platos familiares,
sueños que sabían a otros sexos, que no eran el tuyo ni el mío,
conocidos, reiterados, gastados.
El año que cumplimos cuarenta servimos, en vajillas de oro, pies en el suelo.
Emprendimos el camino hacia vidas ajenas.
Miramos a nuestros hijos y sacamos el azúcar para recordar lo dulce que eran nuestras
mesas.
Oscurecía antes.
Ya no amanecíamos devorándonos como animales,
ya no dejaba de tener sed cuando te bebía,
ya no ingería tu olor como el primer alimento.
El año que cumplimos cuarenta, como una vieja foto, nos desdibujamos con el ansia de
los primero días.
Del frenesí del desayuno mutuo solo quedaron migajas en el mantel raído.
En silencio, recogimos los restos de lo que fuimos sin saber lo que éramos.
Por Berlín.