El Cobrador del Frac Punto Com se llamaba. Lo encontré en una tarde de domingo, sentado en el sofá de casa, mientras tomaba un café cargado. Afuera llovía a cántaros y yo trataba de poner fin a aquella terrible situación que me quitaba el sueño de la manera más airosa posible. María, como siempre la mujer más digna de todo el vecindario, añadía un par de leños a la chimenea y volvía a sentarse tras la revista de moda de la semana. Pero mira que estaba guapa con aquellos pendientes largos y aquel recogido que le habían hecho la tarde anterior en la peluquería. Pero bueno, Pepe, céntrate, que si no te centras nunca podrás recuperar tu dinero perdido y el moroso de Felipe terminará haciéndose de oro a tu costa. Porque mira que había sido conchudo dejándole el apartamento al tontito de mi sobrino Felipe. Dos años me dejaba a deber. Y su padre siempre interviniendo por él, que si el dinero no le daba a basto, que si a mí qué más me daba, con la de propiedades que tenía. Pero yo ya no podía más. ¡Imagínese que el resto de arrendatarios que tenía en el edificio se enteraban de que había uno que no me pagaba las facturas y quedaba airoso! Además, yo tenía mis propiedades porque me las había ganado, que a mí nadie me había regalado nada. Ni mi María me había regalado un beso la primera vez que la vi, que tuve que sacárselo yo a base de regalos y buena presencia. No, no, no, aquello no lo podía tolerar. Cliqué sobre el enlace indicado y leí la descripción de la empresa. Me pareció fina, justo lo que yo andaba buscando. Un cobrador del frac moderno, que acosaba a los morosos a través de la red, en el LinkedIn y plataformas del estilo. Yo sabía que aquello podía ser acertado y, con suerte, en cuestión de días, el Felipito de los cojones se ponía las pilas para devolverme los diez mil euros que me debía. O se iba a la puñetera calle sin necesidad de llamar a la policía. Porque a mí la policía nunca me había gustado, siempre me pareció que suponía una derrota, la de saber que no había alcanzado a solucionar mis problemas por mí mismo. Miré los honorarios y asentí para mí mismo. Aquello era una inversión, al fin y al cabo, tenía que creer en ella y arriesgar. Hice el pago online mientras María terminaba la revista y, para la hora de cenar, aquel asunto había vuelto a quedar en mi subconsciente y yo ya tan sólo podía pensar en cómo revolcarme con mi mujercita bajo las sábanas a la hora del postre.
En teléfono nos despertó a las cinco de la mañana, como en las películas. No recordaba que el teléfono hubiese sonado nunca a aquella hora en mi casa y tardé en salir de las tinieblas de tan profundo sueño y aterrizar en mi cama de sábanas blancas. María se me adelantó y agarró el aparato. ¿Pero se puede saber quién llama a estas horas?, alcancé a decir antes de que, muda de asombro, María me pasara el teléfono mirándome con cara de pocos amigos. ¿Tío Miguel? Escuché a través del teléfono. ¿Me oís, cabrón? Pero, ¿se puede saber a qué jugáis? Me jodiste la vida, ¿te enterás? Sabés que me gano la vida con mi negocio online, o más bien me la malgano. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Me destrozaste el negocio, pedazo de pelotudo. Yo no salía de mi asombro, finalmente una reacción, mala suerte que tuviese que ser a aquella hora. Tras unos minutos de discusión, conseguimos arreglarnos y decidir quedar a la mañana siguiente, véase en unas horas, para tomar un café y charlar con calma sobre mi dinero debido y la majadería que le había causado todo aquel asunto del Cobrador del Frac Punto Com. Al colgar, María me miró con cara de pocos amigos, se dio la vuelta en la cama y, sin ni siquiera dirigirme la palabra, me envió todo su enfado de espaldas. Pero no me importó, me quedé dormido bien contento de que al fin Felipe se tomara las cosas en serio. ¿Pero qué se había creído, que por ser su tío me podía hacer perder dinero de aquella manera tan atroz?
Desperté a las nueve y veinte de la mañana, descansado y optimista. Al fin había terminado la lluvia y una mañana soleada y fría de invierno me daba los buenos días a través del gran ventanal de la habitación. Me tomé una tostada rápida y me dirigí hacia el centro, al bar de la calle Constancia, más un recuerdo que una realidad en aquella época. Llegué a mi cita con diez minutos de antelación, pero el flaco ya estaba allí, esperándome; tenía el aire nervioso y parecía no haber dormido en días.
Me saludó con un frío alzamiento de cejas y un sorbo de café. ¿Qué pasa, tío? Buenos días, Felipe. Ni siquiera sabía que este bar continuase existiendo. Tío, ¿se da usted cuenta de que en un solo día me ha arruinado el negocio entero? Los muy hijos de puta de la empresa que contrataste se han dedicado a decir todo tipo de mentiras sobre mí en internet, sobre mi vida profesional, sobre mis traducciones. ¡Se han creado perfiles de personas con las que supuestamente he trabajado y que ni siquiera existen! Han hablado con Julia y le han dicho que la engaño con otra, que hace meses que lo hago. Y mientras tanto me han apestado la bandeja de entrada con amenazas de todo tipo en caso de que no le devuelva el dinero que le debo en el plazo de una semana. ¡Pero es imposible, tío! Con el historial que me he montado ni siquiera podré volver a trabajar como autónomo. ¿No se da usted cuenta de lo que ha provocado? Me quedé de piedra. Desde luego no me imaginaba nada de aquello, ¡pero qué poca profesionalidad! Estaba claro que si buscaban resultados eficaces, los encontraban, pero ¿a qué precio? Ahora comprendía mejor aquella llamada a las cinco de la mañana. Tío, necesito que me dé una solución a toda esta locura. Yo, yo… tartamudeé. No sabía bien qué decir. De repente me sentía como el hombre mayor y alejado de la tecnología que era. Me pondré en contacto con ellos y les haré una reclamación, te prometo que todo volverá a la normalidad. ¿Normalidad? Me espetó él, ¿pero qué normalidad? Tres de mis mayores clientes han cancelado sus contratos conmigo esta mañana. Estoy en la mierda, tío Luis. Espero que se haga cargo de la situación y vea cómo todo esto es culpa suya. ¿Ha pensado cómo pagarme todos estos daños ocasionados? ¿Pagarte los daños ocasionados? ¿Acaso no eres tú quien me debe diez mil euros? He hecho un cálculo rápido, tío. En menos de cinco meses viviendo en estas condiciones ya debería considerar la deuda zanjada, en diez meses sería usted el deudor… ¿Cómo? Enmudecí. No estaba seguro de comprender las palabras de mi sobrino, sus palabras bailaban en mis oídos y salían tal y como habían entrado. Lo que usted oye, tío. He traído un pequeño mensaje para usted, dijo, inclinándose sobre su cartera que reposaba sobre la silla de la mesa de al lado. Aquí tiene. Me extendió un sobre. Usted fue el que comenzó a confundir la realidad y la ficción para obtener sus medios. Poco tendrían que ver los diez mil euros con mi relación con Julia y ahora la flaca me ha dejado por los mensajes que le han mandado sobre mí. Poco tendrían que ver con mi vida profesional como para inventar toda esa sarta de mentiras… pero yo también puedo jugar a su juego. Tomé el sobre temblando. Dentro había tres fotos mías, en una habitación de hotel, con una mujer desconocida. Las miré detenidamente. Estaba confuso pues no recordaba aquellas fotos, ni a aquella mujer, ni recordaba haber estado nunca en aquel lugar. Poco a poco fui apartando la mirada de las fotografías y la subí hasta mantenerla a la altura de la mirada de Felipe, el muy mamón del Felipito, que una vez más se salía con la suya. ¿Le gustan? Pues bien, me parece a mí que va a tener que encargarse de mantenerme, tío, porque visto lo visto me ha mandado directo al paro. ¿Qué le parecen dos mil euros al mes para la vida en esta ciudad? A mí me parecen bien, y a la tía María más todavía, porque la alternativa yo creo que no le iba a gustar nada… Tragué saliva con dificultad, intentando comprender cómo la frontera entre la realidad y la ficción había cambiado tanto en aquellos años de mi vejez sin que yo me hubiese dado cuenta. Saqué mi chequera y extendí un valor a mi sobrino, a Felipe, el muy mamón de mi sobrino malcriado e inútil. Y, a pesar de toda mi rabia, al extenderle el cheque, de lo que me tembló la mano fue de miedo pues me tenía bien cogido por los mismísimos cojones el muy niñato.
Por Carmen Arjona.