A lo largo de la historia, el centro del mundo ha permanecido en constante movimiento -valga la paradoja-. Pobre resumen cuando hablamos de una esfera -si bien achatada por los polos- que por geometría elemental no admite un centro en su superficie, sino que conforma un núcleo en su interior. Un núcleo que por los libros de geografía suponemos fundido de un magma cobrizo y burbujeante, masa madre de todos los volcanes. Aunque, por otra parte, no faltan teorías que suponen el núcleo vacío y espartano, como la celda de un santo. Es un tema serio, en todo caso, porque nadie ha estado allí para verlo y experimentar su eco o para fundirse con él como el queso de un épico sándwich mixto. Pero hoy no hemos venido a hablar del sándwich mixto.
En la antigüedad clásica, el filósofo griego Tales de Mileto sostenía la idea de la Tierra plana como un tablero de ajedrez, mientras que Anaximandro la creía de la forma de un corto cilindro con una superficie circular, como el disco de un viejo organillo accionado por manivela. Podemos suponer que ya entonces se generarían agrias disputas –a buen seguro reñidas con sangre- entre ajedrecistas y organilleros, algo impensable en estos días.
Por lo tanto, la dimensión superficial del centro del mundo es históricamente cultural, religiosa y, sobre todo, económica, y viene alternando en diferentes localizaciones que han resultado igualmente malparadas: Roma –el viento cargado con el murmullo del galope de los bárbaros y, sobre todo ahora, de los turistas: la plaga definitiva de los dioses-, Atenas –filosofía en la ciudad del pecado, Las Vegas de la Antigüedad, donde se arrancaba la piel de los esclavos entre los dorados bajorrelieves de Fidias-, o el Yucatán de los Mayas –la catarata de sangre de los sacrificios humanos y las cabezas rodando desde lo alto de la pirámide escalonada-. Todas hijas de dioses igualmente sangrientos y de reminiscencias gore. En la actualidad no serán del todo insensatos aquéllos que sitúen el centro del mundo –hábil, aunque negligentemente- en Nueva York. Pero desde estas páginas vengo a desvelar que el centro absoluto del mundo se encuentra en Sevilla. En una ubicación exacta que revelaré a mitad de este texto para mantener el interés del lector.
ANTECEDENTES
El pintor Salvador Dalí afirmaba que el centro del universo –al menos entre los años 1963 y 1965- se encontraba localizado en la Estación de Perpignan. La opinión pública y la prensa, acostumbradas a las desfachateces del genio excéntrico, lo vieron como una boutade más del artista y no se tomaron la molestia de comprobar si aquella declaración era cierta.
En una serie de seminarios sobre pintura renacentista que tuve la oportunidad de coordinar en el sur de Francia fui a parar, sin ser consciente de ello, a la Estación de Perpignan, el mismo centro del universo. La última noche del curso salí como de costumbre a cenar y tomar unas copas con los ponentes e invitados. Tras varias horas trasegando copa tras copa de ginebra de muy mala manera, y quedando solo la reunión de unos pocos que empezaban a despedirse, los más borrachos y queridos, una joven estudiante de postgrado se me acercó para proponerme de repente y sin prolegómenos que, si la invitaba a una última copa, tendría sexo conmigo. Aquella estudiante había hecho preguntas realmente brillantes durante el seminario que yo había sido incapaz de resolver, así que decidí comprobar cómo sería pasar la noche con la mayor experta en el cuadro La dama de armiño, cuya modelo, de infausto nombre, irradiaba una belleza que solo podía ser considerada como nuclear. Todos los bares estaban cerrando y, desesperado, rogué a un taxista que nos llevara a algún bar abierto –cualquiera, insistí- por una inmodesta cantidad de dinero que había pensado destinar a regalos para mis sobrinos. El muy cretino nos dijo que a aquellas horas era imposible y que no llevaría a un par de borrachos. Dimos varias vueltas alrededor del centro de Perpignan con la esperanza de poder robarle a algún borracho su última botella de licor, pero fue imposible. La estudiante, resuelta a cumplir su promesa, me dijo: <<Lo siento, profesor, pero no ha cumplido con su parte del trato>>. Así que nos montamos en otro taxi y le dio al taxista indicaciones para que nos llevara a la estación. Yo acepté mi destino bajando la cabeza e intuyendo por debajo de la blusa el sujetador negro de la estudiante que no iba a tener la oportunidad de arrancar debidamente. Pagué la carrera al taxista y le di una buena propina para que esperase mientras acompañaba a la señorita. El próximo tren pasaba dentro de siete minutos así que la estudiante se apresuró escaleras abajo mientras yo intentaba seguir sus pasos. Se despidió brevemente, un beso en la mejilla y una mueca divertida que me hizo pensar que sin duda habría cumplido su parte del acuerdo. Entonces, justo cuando ella se disponía a subir y desenlazaba su mano de la mía, vi encenderse la luz de la cantina de la Estación de Perpignan, de tal forma que solo tardé un instante en volverme al andén con la esperanza de detener a la estudiante antes de que subiese al vagón.
El caso es que la Estación de Perpignan no puede descartarse como el centro mismo del mundo/universo o al menos como un serio aspirante a ello. Recomiendo a todo el mundo que la visite y pasee por sus alrededores y, sin duda, comprobará que está habitada por una fuerza especial y una estupenda y variada cantina.
Hace unos años hice un tour de conferencias por Sudamérica hablando del Descubrimiento. Una docena de universidades latinoamericanas se habían interesado por mi último artículo, aunque esa expectación solo se tradujo en salas de conferencias extremadamente grandes para un público de seis o siete personas, casi todas nonagenarias. Casualmente, la última conferencia la pronunciaría en la universidad ecuatoriana de Ciudad Mitad del Mundo en la provincia de Pichincha. Dediqué una semana a investigar la importancia geoestratégica de aquella ciudad que había aparecido en mitad de la nada, sin que yo supiera previamente de su existencia. Me emborraché cada noche en la cantina de la estación de ferrocarril para hacer dos descubrimientos. Uno: que la mitad de algo no tiene por qué tener un sentido, pues si hablamos del mundo como algo vivo, es decir, con un significado, su centro no tiene por qué estar localizado en la mitad. Pensé que el día central de una vida –ese día puede ser hoy- tenía muchas posibilidades de ser un día insignificante y no su punto nuclear. Y dos: cada vez estaba más convencido de la teoría de Salvador Dalí.
BIENVENIDO A LA MITAD DEL RELATO, DONDE SE REVELA LA UBICACIÓN EXACTA DEL CENTRO DEL MUNDO
Pues bien, ya que me han acompañado hasta este punto, les revelaré que el centro exacto del mundo actual se encuentra en la confluencia de las calles Velázquez, Tetuán y Rioja en el centro de Sevilla. Cuatro esquinas que enmarcan un todo: los otros Aleph, los cimientos de una Babel apaisada, un prisma reflectante de todas las caras del universo.
Si lo visitan ahora mismo sin duda regresarán decepcionados a sus casas y pondrán un comentario negativo en este blog. No les culparía. Es un lugar en apariencia carente de misterio, ubicado entre calles comerciales por las que el gentío pasa con prisas y empujones para conseguir sus saldos antes de que cierren las tiendas o se los lleve otro. Por eso el centro del mundo se encuentra genuinamente ignoto a la vista de todos.
El Catedrático de Antropología Antonio Martínez Mendieta apunta que se trata de un lugar sagrado de la Antigüedad, donde se hallaba un conjunto de monolitos perfectamente pulimentados, que habrían sido algún tipo de monumento megalítico estilo Stonehenge. Este yacimiento habría sido destruido en unas excavaciones en ¿1850? No hay muchos datos de ello, pero no por nada los dioses habitan en la piedra.
Hay testimonios de la visita del gran satanista Aleister Crowley a Sevilla en el verano de 1908, cuando, acompañado de dos de sus discípulos y vestidos como vagabundos, decidió pasar tres noches en la ciudad andaluza en un viaje iniciático que estaban llevando a cabo hasta las cuevas de Granada. Uno de ellos, el poeta Victor Neuburg recogería en su cuaderno de viaje que la tercera de las noches, tras haber consumido diversas drogas y brebajes, los tres integrantes de la partida se dispersaron por el centro de Sevilla, recorriendo en solitario el dédalo de calles que circundaban la catedral, la judería y los arrabales. Vagaron durante varias horas siguiendo el curso de sus alucinaciones hasta que fueron a encontrarse los tres simultáneamente en la antigua calle de Colcheros (actual calle Tetúan) al cruzar la esquina de la calle Rioja: el punto exacto del que hablamos. No podía ser casualidad.
Por eso, al abrazarse a sus discípulos, reencontrados en espacio y tiempo de la alucinación y la realidad, Crowley -el que sería conocido a la postre como el hombre más malvado del mundo-, hincó la rodilla en tierra y se puso a llorar, algo que nunca le habían visto hacer sus discípulos.
La emoción que sufrió al pasar por aquel punto exacto fue tan violenta que ni el propio Neuburg consiguió reconfortarlo y, según su testimonio, no comió, ni bebió, ni habló una sola palabra en los cuatro días que tardaron en llegar a Granada.
Otra prueba de la extraordinaria fuerza magnética de este punto la tienen en el escaparate de la joyería que se encuentra en una de las esquinas. Si lo observan detenidamente, podrán comprobar que ninguno de los relojes expuestos está en hora. Todos siguen patrones divergentes, horarios de dispares latitudes. No se trata de la dejadez del escaparatista, ni de un fallo en los mecanismos. Tuve la oportunidad de entrevistarme con el propietario y me aseguró que inevitablemente los relojes de la muestra atrasan o adelantan sin ninguna lógica, pero los clientes nunca regresan para descambiarlos. Cuando salí de la joyería mi reloj había adelantado siete minutos.
La mejor manera de experimentar la fuerza sobrenatural de este enclave es detenerse allí por espacio de quince minutos en plena madrugada -aunque esa sensación se multiplicará si siguen el método de Crowley de ingerir cantidad de drogas-. Es difícilmente explicable. En realidad, en cualquier momento del día es un lugar muy propicio para los encuentros inesperados o largamente esperados. Por todos estos argumentos podemos disfrutar del centro del mundo/universo en Sevilla.
O quizás sea porque fue allí donde te vi por última vez.
Por Dr. Camilo Dawson.