Se lo decía a las chicas entornando un párpado y levantando la ceja contraria durante los segundos que ellas tardaban en comprender su oferta. Después sonreía, divertido del azoramiento melindroso de alguna, o satisfecho, si otra le seguía el juego más que de palabras. En cualquier caso, con esa frase dejaba tras de sí una estela de caballo ganador.
La chica de Medioambiente, que acababa de incorporarse a la oficina, pelirroja y lustrosa, le contestó inexpresivamente. Miró su agenda: «De acuerdo, el jueves», y lo anotó muy seria, sin mover un músculo de su pecosa cara.
Adornó el salón con velas olorosas, preparó el champán en una cubeta de hielo, y encargó la comida a un restaurante vegetariano, suponiendo los gustos de ella. Efectivamente, la chica miró complacida la mesa y aportó a la cena una sidra de manzana orgánica. Cenaron comentando los beneficios de cada especie vegetal que aparecía, con alguna alusión trivial al territorio común de la oficina. Luego follaron atléticamente, como una gimnasia energética y sanadora, que ella disfrutó al máximo y que a él lo dejó más desnudo todavía de lo que estaba.
A la mañana siguiente se enfrentó temeroso al desayuno, algo a lo que nunca le dedicaba esfuerzo porque, para bien o para mal, todo se resolvía durante la noche. Su nevera esquelética le devolvió el problema. Mientras Pelirroja hacía yoga frente a la ventana, preparó un café con leche y unas tostadas de pan con mantequilla.
Ella miró desganada las bandejas: «Esto no es un desayuno biodiverso. Solo tres especies: café, vaca y trigo». Recogió su mochila, le sonrió y antes de cerrar la puerta le dijo: «Tienes un segundo chakra excelente, pero de ahí para arriba, todos desconectados».
A él solo le hacía falta una especie, y un chakra, pero como es bueno ampliar territorios, apuntado: desayuno biodiverso.
Por Reyes García-Doncel.