Joder, ya son menos veinte y aún no ha llegado el café. Luego que si las prisas, que si llevas un ritmo de vida que va a acabar contigo, que si tomas mucha cafeína… a todos esos me gustaría verlos en mi situación, y que fuese yo el que les dijera los viernes por la noche: «¿Pero no te tomas otra, hombre? ¿Ya te vas? ¡No vales para nada!». Seguro que no aguantaban ni la mitad. La gente se tiene mucha auto condescendencia, pero con los demás es otra historia.
Ahora Refuerzo de primero; bueno, al menos me lo quito de encima. Es como dice Raúl: «Los Refuerzos tienen el don de amargarme el día». Y mira que son dos días a la semana, dos putas horas, pero es que vaya tela. A todos esos pedagogos e iluminados de la felicidad del alumnado los ponía yo a dar refuerzos de primero y segundo por un tubo. Como en Villalta, donde aquella cabrona se cogió todos los refuerzos de primero y de segundo. ¡Hala! ¡Ahí le dejo el regalito al interino que manden! Que fui yo, claro está. Y bien que me comí el curso entero arrastrándome de clase en clase por su dolencia en la rodilla, que todo lo que tenía, según me dijeron, es que era coja, ¡y echó el curso entero la tía! Que era coja, que tenía la cara muy dura y que Villalta está a tomar por culo, que no era todo su rótula.
En fin, hoy estamos con los cómics, que eso les gusta, además no viene Parra, que está expulsado; pero cuando vuelva se va a poner a hacer mindfulness en el despacho de orientación y todo listo. ¡Conviértete y cree en el Evangelio! Se los están cargando. Luego acaban la ESO y les importan un carajo: «Ay, hicimos todo lo que pudimos por él», sí, menos enseñarle disciplina y responsabilidad, el niño rellenaba unas fichas de reflexión de puta madre y pintaba unas tortugas rojas para exponerlas en el Moma, reflejo del tenso ambiente en su casa, que es nuevo, más o menos de a partir del año 2000. Antes todos éramos felices en nuestra casa y los padres no se separaban ni se morían las madres ni había paro.
Menos cuarto, a ver qué pone el sobrecito de azúcar… «La única diferencia entre un loco y yo es que el loco no cree que lo está, mientras yo se que lo estoy». Ese «sé» lleva tilde. ¡Coño, cómo quema! Pues nada, a darle a la cucharita. Ahí llega el cartero. Vaya la hija del cartero, menuda prenda. Y míralo con esa sonrisilla. Yo la estoy soportando este año, pero tú, amigo, la vas a aguantar toda la vida. El caso es que nos echan la culpa a los profesores del estado del sistema educativo, ¿y los padres? Oiga, que a mí me vienen ya deseducaditos de casa. Y ahora dile al nene que en la mesa no se ponen los pies cuando es su propio padre el que los pone y el que se lo consiente. Pero con los padres no te metas, que cada uno tiene la libertad de educar o deseducar cómo mejor crea conveniente. Mi labor sí la cuestionan, pero no te atrevas a ir en contra de un padre.
Como Luis, el de Historia del año pasado, al que la Delegación de Educación lo obligó a aprobar a una alumna porque una familia protestó. Y la criatura con los exámenes suspensos y una actitud en clase que era una joya. Así reduzco yo también el fracaso escolar. O la inspectora aquella del «ustedes no están aquí para poner piedrecitas en el camino al título del alumno». Coño, pues se lo damos directamente y nos ahorramos los trámites; total, si con el nivel actual se aprende más siendo autodidacta.
Cómo ha cambiado la cosa, ¡qué pena! Y yo aquí, con mi doctorado a cuestas, enseñando que en la papelera no se escupe, viviendo solo, de alquiler, y teniendo que hacerme dos horas y media de coche para ver a mi familia los fines de semana. Al principio recuerdo que era el que mejor empleo tenía de mis amigos: ahora todos ganan más que yo y trabajan en su propia ciudad; menos dos, que viajan por ahí, aunque ganan unas cuatro veces más, algo les compensará.
¿Pero es que hoy no va a venir nadie a desayunar? Son ya menos diez. Ahí va… ¿cómo se llamaba esa? Soy malísimo para los nombres. Para los nombres y para las fechas de cumpleaños, no me acuerdo de ninguna, bueno, de la de Belén sí, de la de mi tía también, pero para ya de contar. Yo creo que es por eso que me da igual que no se acuerden de mi cumpleaños, es una justa correspondencia.
Menos mal que no me ha visto, si no seguro que se acerca y me saca otra vez el tema. «¡Llévesela!», le dije la última vez. Total, si es verdad que su hija puede sacar mucho más rendimiento de sus estudios en un instituto con otras características. Aquí se iguala por lo bajo. Bueno, aquí… en todo el sistema educativo. Y se aburre, claro, como todos los que tienen más nivel; pues que se la lleve. Al final nos terminarán cerrando el instituto.
Quizá el año que viene me vaya a la Universidad, aunque me han dicho que está igual o peor que esto. Joder, ¡qué mierda de país! Claramente me equivoqué de rama profesional, porque para pasarme a la Universidad y ser mileurista hay que echarle mucho valor. Y no te quejes, que eres un privilegiado, al menos tienes trabajo. ¿Cómo que, al menos, tengo trabajo? Odio la mentalidad derrotista. Estamos tan acostumbrados a compararnos con la miseria que han creado en nosotros, el sentimiento de agradecimiento por cualquier cosa que conseguimos, como si nos la hubieran regalado y nuestro esfuerzo no hubiese influido para nada.
Claro que podría estar en paro, pero también podría estar ganando cinco mil al mes; ¿por qué tengo que compararme con el parado y no con el otro? No te quejes, al menos tienes casa, podrías estar debajo de un puente. Sí, y también viviendo en Malibú. Yo siento que estoy desaprovechado y cada día estoy más hasta las pelotas, pero no, realmente tengo que estar agradecido.
Y ahora este no me ve y son ya menos cinco, ¿cuánto era: uno diez o uno veinte? Mira que vengo veces y nunca me acuerdo. Bah, le dejo uno diez por las veces que no tenía cambio y le he dado uno y medio. Ale, ahí se queda, que va a tocar.
Por Pablo Poó Gallardo.
Magnífico monólogo sobre el presunto sistema educativo que padecemos, lleno de ironía y del humor inteligente que le caracteriza señor Póo.
Enhorabuena, como siempre y nos vemos en un desayuno literario…
Muchas gracias!!