Alan regresa a su casa:
es noche cerrada en D.F.
y sus pasos no llevan más
que al silencio y la miseria,
a su casa rojiza con
paredes salpicadas de
abandono y desidia.
Un día le pusieron
una pistola en la sien
pero no le robaron, no,
porque no tenía nada.
Ahora, va silbando una
tenue melodía y se
ríe al recordarlo, al
igual que sus compañeros,
vecinos del abandono.
Quizás el atraco peor
sea ese que provoca
que Alan siga vivo por
ser pobre y jamás herede
la pobre tierra robada.
Por Joselito Ramone.