Al rayar el alba un temor incierto
le desvela. Recuerda haber soñado
con los restos de un templo derribado,
con la sed, con las dunas de un desierto.
Ve en sus ojos un fuego casi extinto
al afrontar la prueba del espejo.
Oculto, entre los pliegues del reflejo,
un niño, en un oscuro laberinto.
Galopa por los bordes de la herida,
desbocado, el potro loco de la vida;
en el azogue, un extraño con su cara,
un viajero varado en la estación,
que al rezar mezcla poema y oración,
mientras ve pasar trenes que no paran.
Por José Antonio Millán Márquez.