―Tiene usted una casa preciosa, don Florencio ―me dijo el visitante, sin dejar de mirarme a los ojos, con evidente mala intención: nadie me llama ya por ese nombre, y la casa deja mucho que desear, lo sé; llevo años queriendo mudarme, pero no puedo, mi holgazanería me lo impide paradójicamente una y otra vez.Leer más
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