A cada paso que daba me costaba más seguir la marcha. Los pies se me hundían en el lodazal; me pesaban las botas, los pantalones y la enorme carga que acarreaba a la espalda. Llevaba semanas caminando en aquella ciénaga de aguas estancadas, arenas movedizas y fango. A lo lejos, suntuosos edificios en ruinas parecíanLeer más
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