1
Laura está friendo croquetas congeladas. Marco hace una torre con los cubos de caldo que acaban de traer del supermercado.
—Mamá.
—Dime.
—Papá dice que en verano me va a llevar a Disneyland París si saco buenas notas.
—¿Ah, sí?
—Sí, dice que vamos a ir en avión. Yo nunca me he subido en un avión.
—Yo tampoco.
—Sería guay que pudieras venir tú.
—Tu padre no me ha invitado a mí. Sólo te ha invitado a ti. ¿Vais solos los dos?
—No, con Elena también.
—Ya. Pues le va a costar un dineral. Tú, por si acaso, no te ilusiones mucho.
—¿Por qué, mamá? Yo voy a sacar buenas notas. Me voy a esforzar.
—No es por ti.
—¿Es por papá? ¿Tú crees que es mentira? ¿Tú crees que no me va a llevar?
—No lo sé. Sólo digo que no te hagas ilusiones por si acaso.
—Papá no es un mentiroso.
Silencio. Laura pone un papel de cocina sobre un plato antes de sacar las croquetas. La torre de cubos de caldo se cae sobre el hule de flores de la mesa de la cocina. Marco la vuelve a empezar.
—Y, mamá.
—¿Qué?
—Podrías ser tú en vez de Elena. Lo pasaríamos súper bien.
—Bueno, pues nos vamos nosotros a otro sitio. Tú y yo solos.
—¿A dónde?
—Pues a Disneyworld, que es más grande.
—¿Disneyworld es más grande? ¿Hay que ir en avión también?
—Hay que pasar por lo menos nueve horas en un avión. Está en Estados Unidos.
—¿Y cuándo vamos a ir?
—Pues no sé, ya veremos. En vacaciones. Si sacas buenas notas.
Pone el plato de croquetas en la mesa y Marco recoge los cubos en un bote de cristal.
2
Óscar deja caer su peso sobre la cama. María tira del nórdico para taparse y le destapa una pierna.
—¿Te ha gustado?
—Ha estado bien.
—¿Sólo bien?
—No sé, ha estado bien. No puedo pensar mucho ahora.
—Eso es buena señal. Lo de no poder pensar. ¿Soy de los mejores?
—¿De qué mejores?
—¿De los mejores tíos con los que te has acostado?
—No sé, no suelo comparar.
—¿Cómo no vas a comparar? Todas las mujeres lo hacéis.
—¿Comparan mucho las mujeres con las que te acuestas? ¿Así, justo al terminar? Déjame adivinar: te dicen que eres de los mejores.
—Ja. Pero porque es verdad.
—No sé. No ha estado mal, pero tampoco eres de los mejores. Los mejores me traen agua.
—Qué morro. En serio. No me distraigas. Dame datos. ¿Con cuántos tíos te has acostado? ¿Cuántos son mejores que yo?
—Que no comparo. Que no contabilizo. Que no pongo nota.
María se da la vuelta y termina de destapar a Óscar. Él se pega a ella y la gira hacia él.
—Venga.
—Además, ¿quién te ha dicho que sean tíos los mejores con los que me he acostado?
—¿Qué dices?
—Eso.
—¿Te has acostado con tías? Por favor. Necesito saberlo. Ahora sí que necesito datos.
—¿Para qué?
—Porque sí. Es una necesidad. Datos.
—Agua.
—¿Si te traigo agua me lo cuentas?
—Sí.
—Tía, hace un huevo de frío.
—Vale.
María se da la vuelta de nuevo.
—No sé si creerte. Te he conocido hoy, ¿y si eres una mentirosa?
—Tú verás.
—Paso de levantarme, seguro que no es verdad. No has estado con tías.
—Vale.
Óscar tira del nórdico y se tapa boca arriba.
—¿Del grifo?
—Por favor.
3
Termina el aviso por megafonía. Mateo y Antonio están en la sala común, en una mesa, jugando al dominó.
—No te han nombrado, ¿no? ¿Hoy no viene nadie a visitarte?
—Parece que no. No habrán podido. Tendrán asuntos.
—Ya.
—Y a ti, tampoco vienen últimamente a verte, ¿no?
—No, tienen mucho lío también. Con los niños.
—¿Cuántos años tienen tus nietos ya?
—Trece y quince. Quince la niña. Qué bonita está.
—¿La has visto últimamente? A esa edad cambian mucho.
—Me mandan fotos. Prácticamente todas las semanas me mandan algo. Fotos de las vacaciones y los viajes. Bombones.
—Pues enséñame las fotos, Mateo, hombre. Que conozca a tu familia.
—Sí, las tengo por ahí, en la habitación. Otro día me las traigo. Siempre se me olvidan, con esta cabeza que tengo.
—Ya.
—No te he traído nunca bombones de los que me mandan por lo de tu azúcar. ¿A ti no te mandan nada tus hijos?
—Alguna cosilla. Pero ellos sobre todo me llaman por teléfono. Un día sí y otro no.
—No lo sabía. No oigo que te llamen tanto por megafonía.
—Les tengo cogida la hora y espero en el teléfono ya directamente. De hecho, cierro ya con esta ficha y me voy para allá.
—Pues te veo después.
—Sí, ya te cuento.
Antonio se levanta con las palmas de las manos apoyadas en la mesa y empieza a andar despacio con el bastón hacia recepción.
Por Marta González Villarejo.
qué desasosiego… somos mucho peor de lo que nos imaginamos cuando nos miramos al espejo… creo que me han entrado ganas de ir a la iglesia de la esquina de mi calle y confesarme al primer cura que encuentre… ¡por favor, un cura de guardia!!