Cuando despertó, la luz que entraba por la ventana indicaba que el día ya estaba avanzado. Sintió un profundo dolor en todo el cuerpo al girarse en la cama. Tardó unos segundos en dominar esa sensación de latigazos, de opresión, de fuego en sus extremidades. Entonces se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. La cama no era la suya y jamás había estado en aquella habitación. Pudo levantarse con mucho esfuerzo. En el espejo que había en un lateral del dormitorio, vio que su rostro estaba surcado por heridas recientes; su dolorido torso estaba vendado, así como su brazo derecho. En el lado izquierdo, numerosos cortes decoraban su brazo y pierna. Podía caminar solo con dificultad, con mucho dolor. Por la ventana vio un paisaje nevado. Estaba en medio de la nada y no se veía ninguna otra casa, ningún vehículo, ninguna carretera, nada más que campo, árboles y espacio vacío, todo cubierto de nieve.
Abrió la puerta y enfiló un pasillo sin decoración que desembocó en su salón donde la chimenea ardía y la televisión estaba puesta sin nadie delante de ella. Escuchó una voz femenina que provenía de un lugar cercano y, por un instinto, fue en su busca. En la cocina, una mujer de espaldas a él, hablaba por teléfono.
– Sí… Sí, no te preocupes… Lo he dejado durmiendo… Parece que no estaba tan mal… Sí… Que sí… Vale, un beso. Te quiero… Adiós, adiós…
Ella colgó y se giró. Al verlo se sorprendió y ahogó un grito.
– ¡Qué susto me has dado! ¿Cómo estás?
Él no supo qué decir. Tenía muchas preguntas. No sabía dónde estaba, no sabía qué le había pasado, no sabía quién era ella…
– Tendrás preguntas, supongo..¿Te acuerdas de algo?
– Lo cierto… es que no. No recuerdo nada.
– ¿No recuerdas el accidente?
Él se miró sus heridas.
– Tuviste un accidente con tu coche. Por casualidad yo iba paseando con Tocho.
– …
– Tocho es mi perro. Iba paseando con él cuando vi cómo tu coche derrapaba con el hielo y daba varias vueltas de campana. Fui a ver y te encontré sin sentido y bastante magullado. Como soy enfermera te traje a casa y te curé. No vi hemorragias graves ni fracturas y el hospital más cercano está muy lejos. ¿No recuerdas nada de eso?
– Nada.
– Llevas un par de días durmiendo.
– ¿En serio? ¡Dos días! –se quedó pensando– ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estamos?
– Es veintiocho de diciembre… y no, no es broma –sonrió, pero a él no le hizo gracia. Ella lo notó y dejó de lado la broma–. Estamos en medio de la nada, en un poblacho de menos de doscientos habitantes. Sólo que esta casa está a dos kilómetros del pueblo.
– Vale, vale… Una cosa más: ¿quién soy yo?
La chica abrió los ojos como platos.
– ¡No me jodas! ¿En serio? Pues esperaba que me lo dijeras tú, porque no llevabas documentación encima.
Los dos se quedaron en silencio un rato y él se sentó cuando el dolor le hizo insoportable seguir de pie. Lo cierto es que tenía algunas imágenes que rondaban por su mente, pero eran tan breves, tan difusas y tan distintas y lejanas entre sí que ni significaban ni le ayudaban nada.
– ¿Tienes hambre?
Aquella noche había caído una intensa nevada y el viento había arrancado varios árboles alrededor de la casa. Durante la madrugada le había parecido escuchar un coche llegar, pero no vio nada por la ventana. En el duermevela también creyó oír a la chica discutir con un hombre. Pero al despertar no vio que nada hubiese cambiado en la casa.
Poco a poco se había ido recuperando de sus heridas y ya podía caminar sin demasiado esfuerzo, no por mucho tiempo, pero algo era. Lo peor es que seguía sin recordar nada. Ni siquiera cuando ella lo llevó a ver el coche pudo recordar quién era, adónde iba, de dónde venía.
– He pensado que, a lo mejor, si juntamos todos tus recuerdos en una pizarra, al verlo todo a la vez, te ayuda a recordar.
– Podíamos intentarlo.
– Perfecto. Vamos a la escuela. Como soy la profesora tengo la llave y podremos entrar.
– ¿Profesora? Creí que eras enfermera…
–Es un pueblo pequeño, todos hacemos un poco de todo. Además, hay pocos niños y es fácil.
El paseo hasta la escuela, casi a medio camino entre la casa y el pueblo, quizás algo más cerca de éste, fue de unos veinte minutos. No se cruzaron con nadie, a pesar de que ya sería casi las una de la tarde.
– ¿Esto es normal?
– Cuando nieva como ha nevado esta noche, la gente se queda encerrada en casa, junto a la chimenea. Nosotros volveremos pronto, antes de que nos congelemos – rio.
Él empezaba a acostumbrarse a sus bromas y ya no le enfadaba como al principio. Entraron en un aula y ella subió las persianas de la habitación. La luz de aquella tarde inundó la habitación. Ella empezó a borrar la pizarra, haciendo que restos de arcilla blanca bailasen por el aire. Después, empezó a escribir.
– A ver, ¿qué recuerdas de antes del accidente? Lo que sea. Un nombre, una ciudad, una dirección, un trabajo… –dijo ella girándose hacia él. Vio en su rostro algunos rasgos de preocupación.– ¿Qué te pasa?
Se acercó y le acarició la cara. Los rastros del yeso blanco se le quedaron en la mejilla y el olor a tiza se le incrustó en la nariz. Era un gesto cariñoso inesperado y a él, que se había quedado con la mirada fija en las letras escritas en la pizarra, le hicieron desviar la mirada hasta que sus ojos se encontraron con los de ella.
– Tu letra me resulta conocida. Me ha recordado a alguien. Me ha venido a la cabeza al verte escribir. Ella también era zurda, como tú. Y estos ojos…
Su sonrisa desapareció y él sintió un golpe en su ya maltrecha rodilla que le hizo doblarse de dolor.
– ¡Y una mierda amnesia! Eres un jodido mentiroso, Thomas. ¡Dime dónde está y dímelo ya!
Hincó sus rodillas en el suelo. Ella le tiraba de la cabeza hacia atrás, agarrándole del pelo. Thomas no había oído nada, pero ahora en la habitación había tres personas más; tres tipos con un aspecto que le habrían hecho cruzar de acera si los hubiese visto venir de frente en la calle, estaban junto a la puerta.
Algunos recuerdos habían llegado a su mente. Veía a la chica conduciendo el coche, unos días atrás, discutiendo con él, y veía cómo ella se ponía su cinturón y aceleraba a tope el coche para, tras desconectar el airbag del copiloto, girar el volante para derrapar y provocar el accidente.
Mientras veía cómo los tres tipos de la puerta se acercaban desafiantes y la chica daba tres pasos atrás, él recordaba todo lo ocurrido. Veía de nuevo las motas de polvo de tiza volando por el aula mientras ella borraba la pizarra. Pero seguía sin saber qué era lo que ellos querían que les contara.
Por Juan Antonio Hidalgo.