Georgeta encorvada sobre la mesa de neutro color. Georgeta, deliciosos ojos encogidos, escudriña un papel. Georgeta, islote rocoso, en el aula glacial de un instituto de provincias. Georgeta, futuro sobresaliente en Ámbito Social, intentando descifrar su vida en un folio de blanco color.
¿Nechita, Georgeta? , escucha, y alza la mano igual que los demás.
Hay un profesor, joven y encantador, tras una mesa de madera decana, sentado en un sillón de falso mullido, sobre una autoritaria tarima, delante de un encerado mil trazado. Hay un profesor, uno de esos de perfume caro y lustre en los zapatos, que la mira y después mira el reloj para después volverla a mirar.
Georgeta, Bucarest. Georgeta, veranos en las negras aguas. Georgeta, queso brizna, sarmale caliente. Georgeta, la nariz y la nieve pegadas en el cristal. Georgeta, Gica, ¿te acuerdas de Gica?
En los próximos meses progresar consistirá en: señalar Senegal en un mapa, adivinar el significado de democracia, calcular tasas de mortalidades, identificar bisontes en pinturas rupestres, memorizar la altitud de la montaña más alta de Andalucía, creerse que es una Homo sapiens sapiens, y globalización, y Parlamento, y Constitución, entre otras cosas. Aunque nada de lo anterior sabe aún Georgeta.
Georgeta en esa ciudad, sur de sures, donde sus habitantes sonríen al verla porque de su cabeza brota un trigal y el Danubio surca sus ojos.
Georgeta alza la mano como hicieron los demás y dice: ¿Siñor?, y rebotan risas enlatadas en las paredes del solemne edificio. Georgeta, media Europa tragada y la vergüenza blindada, pregunta qué es SP aunque duda si ha pronunciado correctamente SP a juzgar por la cara del profesor.
Georgeta, en esa ciudad, sur de sures, donde sus habitantes tuercen el gesto cuando conocen su procedencia porque ignoran que allí derramaron su sangre excelsos emperadores.
Georgeta, centro de atención en un aula glacial de un instituto de provincias. Una veintena de cabezas se ha girado para localizarla. Georgeta, mejillas de manzana, labios temblorosos. ¿SP?, repite sin estar de nuevo conforme con la pronunciación.
Georgeta, rostro con reflejo azulado en una tarde de invierno, fija su atención en la pantalla. La biblioteca huele a desinfectante y a tos seca. No te preocupes, mi amol, le ha asegurado su vecina Lina, yo me encargo del bebito, vete tranquila con tu tarea. Georgeta, España limita al norte con, Georgeta, el principal afluente del Guadalquivir es.
¿”Su-pu”?, desentraña lentamente el profesor mientras uno de sus índices rasca el cuero cabelludo. Georgeta teme que descomponga su cincelado peinado. Se parece un poco a Gica, piensa Georgeta, pero mejor vestido, mejor educado, mejor todo. Georgeta, sol sobre el que orbita el aula, recoge las miradas con deportividad, sabiendo que la constancia dará sus frutos.
Georgeta, llamadas desde el locutorio, un ojo en el cable con el que juguetea, otro en la acera. Me tratan bien, gente amable, asevera con el automatismo que ha adquirido en McDonalds. Georgeta, la paciencia en un suspiro, cuelga antes de que la lágrima resbale. La próxima vez preguntará si Gica se ha interesado por ella y soportará los reproches de mamá.
Georgeta, en esa ciudad, sur de sures, donde los días son largos en octubre, en marzo ya florecen los naranjos y no se cultivan fresas que recolectar.
Georgeta, perla de la Dacia, futuro sobresaliente en Ámbito Social, pronto aprenderá a escribir a en vez de â.
Georgeta, todo sonrisa, señala SP agitando el folio. Ah, corea la veintena de cabezas. Ah, ¡ese-pe!, respira el profesor aliviado, tan joven y tan encantador, para posteriormente rematar la frase: ¡Semipresencial! ¡Educación Semipresencial!
Fin.
Por José Pedro García Parejo.